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El inmigrante es bendición divina, no amenaza
Introducción
La inmigración es un fenómeno global y un signo de los tiempos. Millones de personas, impulsadas por la desesperación, la violencia o la simple búsqueda de una vida digna, cruzan fronteras físicas y culturales, dejando obsoleta parte de la concepción de los "Estados-nación" y poniendo a prueba los fundamentos éticos de nuestras sociedades.
En este panorama complejo y deshumanizante, la voz del Papa León XIV emerge como el llamado profético y misericordioso de una sabiduría milenaria. Él no ve una “crisis” anónima, sino rostros concretos; no una “amenaza”, sino una “bendición divina”.
León XIV ya acumula un preciso magisterio sobre la migración, la defensa de su dignidad humana, el rechazo contundente a la criminalización, su llamado a remediar las desigualdades estructurales y su visión de una sociedad reconciliada. Además, su experiencia migratoria le da perspectiva existencial para ayudarnos a transformar un "problema" en una oportunidad de gracia y esperanza colectiva.
El aporte más radical y contracultural de León XIV es su insistencia en recalibrar la percepción social del migrante. Frente a discursos que los señalan como una carga, invasión o riesgo para la seguridad; para el Papa, el migrante es un “mensajero de esperanza” y una “verdadera bendición divina”. No es una metáfora piadosa, sino una afirmación evangélica oculta a los ojos del mundo.
Su fundamento es bíblico. La identidad del Pueblo de Israel se forja en la experiencia del éxodo, siendo “extranjeros en tierra extraña” (Éxodo 2,22). Esta memoria fundaba la moralidad del trato: “No oprimirás al extranjero, porque ustedes conocen los sentimientos del extranjero, ya que fueron extranjeros en la tierra de Egipto” (Éxodo 23, 9).
Jesús radicaliza esta ética al identificarse con ellos en el Juicio Final de Mateo 25 (“Fui forastero y me acogieron”) y vivió como inmigrante en Egipto (Mateo 2, 13). San Pablo exhorta a la comunidad a practicar la hospitalidad (Romanos 12,13), que en griego (φιλοξενία, philoxenia) significa “amor al extraño”.
El Papa nos despierta de nuestra indiferencia. El migrante es invitación a una compasión esencial que desbarata los misticismos evasivos. Como señalaba Karl Rahner, Dios es el “Misterio absoluto” que se nos da en la experiencia del otro. El migrante, por tanto, se convierte en un sacramento de encuentro, un signo visible de una gracia invisible que nos llama a crecer en amor.
León XIV critica las políticas migratorias basadas en la criminalización, las deportaciones masivas y las persecuciones nacionalistas. No es una opinión política “del ciudadano Prevost”, sino el juicio petrino que define estas prácticas como “contrarias al Evangelio”, situándolas en un marco moral y teológico a largo plazo, que trasciende el show mediático politiquero.
Criminalizar al migrante es negar su dignitas. La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que la dignidad humana es inherente a la persona por el hecho de ser creada a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 26), y es anterior e independiente de su estatus legal, nacionalidad o productividad económica. Reducirlo a la categoría de “ilegal” es negar su condición de hijo de Dios. La deportación o remigración masiva trata a las personas como mercancía defectuosa que debe ser devuelta, cosifica y despoja de toda individualidad e historia personal. El Bien Común no se construye sacrificando los más débiles.
El pensamiento papal se distingue de las corrientes nacionalistas que promueven una supuesta pureza étnica o cultural excluyente, e incluso desmonta los argumentos económicos, pues todos los últimos estudios coinciden en que la migración está impulsando decisivamente el crecimiento económico y nos está salvando del apocalipsis demográfico.
Al exhortar a los gobiernos a “priorizar la protección de los más vulnerables sobre los intereses nacionalistas”, el Papa defiende una comunidad política basada en la solidaridad y el bien común universal, conceptos centrales en Fratelli Tutti. "Una sociedad justa debe cultivar la compasión y expandir la preocupación moral más allá de sus fronteras" (Martha Nussbaum)
Como los profetas de Israel, el Papa denuncia la idolatría antimigratoria. El nacionalismo absoluto, que coloca la seguridad y la pureza identitaria de un grupo por encima del valor de la vida humana, es una forma de idolatría moderna. Amós condenaba a las naciones por “traspasar los límites” y oprimir al débil (Amós 1-2). Traspasar los límites de la compasión y la dignidad “en nombre de la nación” es también una traición a los fundamentos de la misma nación. Como escribió San Agustín en La Ciudad de Dios, la verdadera patria del creyente es trascendente, y las ciudades terrenales deben juzgarse a la luz de la Ciudad Celestial, fundada en la justicia y el amor.
La propuesta de León XIV no se agota en la crítica ni en la mera acogida de emergencia. Es una visión constructiva y holística que apunta a las causas profundas del fenómeno migratorio y a la meta final de construir “sociedades armónicas”. El Pontífice llama a “esforzarse por remediar las desigualdades globales que empujan a las personas a migrar”.
Esto es justicia social global. No basta la beneficencia; hay que ser justos y redimir las estructuras económicas, comerciales y de consumo, que benefician a pocos a costa del sufrimiento de muchos. Es aplicar la opción preferencial por los pobres, a una escala planetaria.
El migrante forzado es la consecuencia humana visible de políticas invisibles que toleramos y nos benefician indirectamente. Como planteaba Gustavo Gutiérrez, la beneficencia es insuficiente y cómplice de los poderosos, sin un compromiso con la transformación de las estructuras que generan pobreza.
La armonía social que propone es más que tolerancia o coexistencia pacífica. Es activa y reconciliadora, que valora la diversidad como un don y la integración como un proceso de enriquecimiento mutuo. Que el Papa se asuma como “descendiente de inmigrantes” no es solo anécdota, sino un lente teológico calificado. Todas todas las naciones son construcciones de oleadas migratorias sucesivas. Asumirlo fundamenta la ética universal de la hospitalidad.
La sociedad armónica es análoga al Cuerpo de Cristo paulino: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28). No se borran las diferencias, sino que se trascienden en una unidad superior basada en la dignidad común.
Es el ideal de la civitas amada por Agustín, pero también el sueño secular de un cosmopolitismo ilustrado, como el de Immanuel Kant, que imagina una “hospitalidad universal”. León XIV une la tradición teológica con aspiraciones del pensamiento moderno, para sanar un mundo globalizado y fracturado.
Conclusión
El magisterio del Papa León XIV sobre la migración constituye un faro de lucidez moral y esperanza profética en un debate envenenado por el miedo y el interés. No es una postura ingenua sino una enseñanza arraigada en las fuentes de la fe cristiana y la razón humana.
Al presentar al migrante como una “bendición divina”, cambia la indiferencia por compromiso samaritano. Al denunciar proféticamente la criminalización y los nacionalismos excluyentes, defiende la dignidad humana inviolable contra la idolatría del estado y el mercado. Y al llamar a remediar las desigualdades y construir sociedades reconciliadas, ofrece una visión integral y esperanzadora que no se queda en los síntomas, sino que va a las causas del fenómeno.
poliedroyperiferia@gmail.com
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