Una travesía entre los miedos del mundo hacia el Belén de las Periferias
La Esperanza insurgente del Adviento
La esperanza en un destino que acoge lo provisorio
En un mundo marcado por la lógica de la dominación y la soberbia, donde el poder se mide en capital, influencia y seguidores, la solemnidad de Cristo Rey del Universo irrumpe como un manifiesto escatológico radical. Una Utopía que ya ha comenzado a cumplirse en aquellos que lo siguen y traen esperanza verdadera en un mundo injusto hasta los tuétanos.
No es la consagración de un monarca al estilo de este mundo, es la proclamación de un destino final donde “toda dominación y vanidad” serán destruidos (1 Cor 15, 24). Es la fiesta de la paradoja divina: el Rey cuyo trono es la cruz, su corona es de espinas y su cetro es el perdón.
Es preciso desentrañar las implicaciones subversivas de la realeza de Cristo, interpretándola como el horizonte escatológico que juzga y redime la historia. Cristo Rey desmonta los elitismos políticos, económicos, religiosos y culturales, para revelarse, en última instancia, como la “liturgia del universo” que canta el Magníficat de Dios.
Algo que nos ayuda a comprender el Reino de Cristo, es el diagnóstico sobre algunos los “reinos” de pies de barro que Él denuncia. Actualmente vivimos domesticados por un mosaico de sistemas tiránicos de dominación entrelazados:
El Imperio Económico: sistema con una “economía que mata”, excluye mayorías y crea una “cultura del descarte” (Francisco). Su “fundamentalismo financiero” “adora su ídolo, el dinero, y le ofrece sacrificios humanos” (Evangelii Gaudium). La brecha entre una élite opulenta y multitudes sumidas en la pobreza y migraciones no es un accidente, sino el resultado estructural de este reino, que venera la ganancia inmediata de pocos sobre la dignidad de muchos.
El Imperio Político e Ideológico:Las ideologías, de izquierda, derecha o trascendentalistas, suelen construir sus propios absolutos, sacrificando al ser humano concreto en el altar de una utopía abstracta ya sea que esta se encuentre en el futuro (marxismo), en el presente (mercado) o fuera del mundo (budismo) (vb.Catolicismo, V. Balthasar). El filósofo Emmanuel Lévinas nos previno contra la “totalidad” de los sistemas que anulan la singularidad del rostro del Otro por una espera inconsistente, sin tierra prometida ni ná de ná, solo poesía. Los nacionalismos excluyentes, los populismos y los autoritarismos son expresiones políticas de este impulso totalizador que la Realeza de Cristo transforma mediante su Encarnación, Pascua, Ascensión y segunda Venida… Lo más peligroso es el daño que causan con sus intolerancias y moralismos que encorsetan la realidad en sus "ideas geniales" y demonizan al adversario.
El Imperio Religioso:Dentro de la Iglesia existe el peligro de construir un "imperio religioso" basado en una pureza ritual gestionada por el poder clerical, como denuncia Gustavo Gutiérrez. Esta "religiosidad alienante" se desconecta de la justicia y de los pobres, defendiendo doctrinas mientras ignora el sufrimiento humano. Jesús criticó a los fariseos por imponer cargas pesadas sin ayudar, revelando la hipocresía de una fe vacía, aliada del poder y susceptible a abusos. Mientras Jesús pone "lo sagrado" en las personas, el clericalismo las somete al templo, donde puede controlarlas. Esta actitud también puede darse en el ámbito académico-teológico, cuando el conocimiento es medio para legitimar jerarquías intelectuales alejadas de la cruz. La vanidad de buscar títulos y distinciones olvida que: "Uno solo es su Maestro, el Cristo, y el mayor será el servidor" (Mt 23,8). La vocación de la Iglesia es ser una comunidad de siervos, donde la autoridad es servicio y la enseñanza, testimonio que contagia, no de poder que somete.
El Imperio Cultural y Recreativo:El elitismo no es solo económico; también es simbólico. El turismo ostentoso que convierte culturas en zoológicos, el deporte de élite que genera ídolos multimillonarios y las modas que establecen jerarquías de prestigio son micro-reinos donde se juegan dinámicas de inclusión y exclusión. Como escribió Dostoievski en Los hermanos Karamázov, “el hombre, mientras conserve su libertad, se afana sin descanso en inventar ídolos para adorarlos”. Estos ídolos modernos son tan seductores y opresivos como los antiguos.
Frente a esta constelación de poderes que no hace más que reciclarse en el tiempo, la realeza de Cristo no es un poder más que compite, sino la subversión de todo poder humano en la kénosis del Dios hecho hombre, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida (Mt 20,28 y Mc 10,45). Jesús se ha hecho poder de los que “nunca pueden”.
El evento fundacional del Reino de Cristo no es una coronación en un palacio, sino la ejecución en una cruz. Este es el scándalon, la locura divina que desmonta toda lógica mundana de gobierno. “Jesús nos revela que Dios es amor, nos revela un estilo divino, que es el servicio, y nos enseña que la plenitud del hombre está en darse a los demás” (Francisco).
Aquí reside el núcleo de la fiesta. Cristo no vino a ser servido, sino a servir (Marcos 10, 45). Su realeza se ejerce a través de la kenosis, el vaciamiento, la solidaridad radical con los que sufren. La teóloga brasileña ecofeminista Ivone Gebara lo explica: el Dios de Jesús es el poder-de-la-relación, no el poder-de-la-dominación. Es el poder que se manifiesta en la compasión (del latín cum-passio, sufrir con), no en la coerción.
Por eso, la cruz no es un accidente trágico, sino el acto político definitivo. En ella, el sistema de injusticia del mundo (Imperio y autoridades religiosas) hace su peor jugada, y Dios la responde con el perdón y la resurrección. En la cruz “Dios se identifica con los condenados de la tierra” (Moltmann). Cristo, el Rey crucificado, es la máxima solidaridad divina con toda víctima de cualquier sistema de opresión. Al vencer el pecado y la muerte, vence toda injusticia que de ellos deriva y representa la totalidad de la humanidad.
Si la cruz es el acto de fundación, el Magníficat de María es su himno programático y profético. “Derribó a los poderosos de sus tronos y enalteció a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos” (Lucas 1,52-53). La solemnidad de Cristo Rey es la celebración de que este canto llega a su plenitud escatológica. No es un simple cambio de roles, sino la instauración de un orden nuevo donde la lógica de la soberbia y la acumulación es abolida.
Por ello, los pobres son los heraldos naturales de este Reino. Los que no tienen ya nada que perder en los reinos de este mundo, son los que pueden reconocer con autenticidad al Rey que nació en un pesebre. Jon Sobrino lo llama la “hermenéutica de los ojos golpeados”: es desde la realidad de los crucificados de la historia desde donde se comprende mejor al Dios crucificado y resucitado.
Cuando los habitantes de las periferias existenciales aclaman a Cristo Rey, no están legitimando un poder eclesiástico, sino celebrando la caída de los ídolos que los oprimen, incluso de los mercaderes del templo.
La soberanía de Cristo no repite una glorificación abstracta y triunfalista como hace la religión integrista, preocupada por los espacios de poder. Al contrario, se presenta como la "liturgia del universo", un acto cósmico en el que toda la creación, liberada de la corrupción, alaba a su Creador.
Cristo Rey es el juicio sobre todas las representaciones religiosas interesadas y falsas, aquellas que reducen la fe a ritualismo vacío, moralismo superficial o manipulación de conciencias. Es una liturgia que no celebra la pompa de los poderes terrenales, sino que subraya la humillación del Cristo crucificado, cuya realeza es identificarse y servir a los últimos… sin que nadie se pierda.
La santidad a la que nos llama Cristo Rey no es una escapatoria del mundo, sino una inmersión samaritana en sus periferias, denunciando la muerte y proclamando la vida. En palabras de Francisco, esta fiesta es una llamada a una “Iglesia en salida”, que se ensucia las manos en el servicio a los pobres y a los marginados, llevando la luz de un Reino que no es de este mundo, pero que se realiza en los gestos concretos de justicia y compasión.
La solemnidad de Cristo Rey no es un consuelo piadoso para el fin del año litúrgico. Es una llamada urgente a la conversión y una inyección de esperanza activa para los que luchan por un mundo más justo. Nos invita a descreer de los césares de turno, de los gurúes de mercado y de los mesías nacionalistas y xenófobos, para depositar nuestra fe únicamente en Aquel cuyo poder es el amor y cuyo gobierno es el servicio.
poliedroyperiferia@gmail.com
Bibliografía inspiracional:
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