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“Pensar, sentir y vivir como pueblo, y para colmo un pueblo donde los más importantes son los últimos”
Agradezco la atención de Mons. Fernández (y su reciente oblispo auxiliar Mons González que ayudó para que se estableciera la entrevista) para responder preguntas incómodas que seguramente exceden la posibilidad de tener soluciones “mágicas”, ni siquiera para uno o varios papados. Pero veo que el nuevo cardenal pone en práctica aquella máxima del papa Francisco, “el tiempo es más importante que el espacio” y lo importante que son los procesos, porque estos cambios evangélicos van a fondo, aunque requieran años.
La impresión que me llevo de esta entrevista es que el Papa no solo ha nombrado un cura con vida intelectual (algo raro en un ambiente que cosecha títulos pero que solo usa la inteligencia para defender la institución y su status quo), con mucha experiencia pastoral y con una hábil “diplomacia”, virtud prominente para sobrevivir en los milenarios círculos vaticanos.
La palabra que más escuché es “diálogo”, algo que da esperanza en una institución acostumbrada a estar demasiado segura de “lo que hay que hacer” y condenar rápidamente por inquisiciones pasadas y presentes a quienes no son perfectitos talibanes de sacristía. La frase más incisiva que me llevo como conclusión es la que dice : "una teología que nos invita a pensar, sentir y vivir como pueblo, y para colmo un pueblo donde los más importantes son los últimos. ¿Qué atractivo puede tener este mensaje para unos oídos burgueses, para una persona apoltronada en sus objetivos individuales?"
Creo que, con idas y vueltas, la opción de la Iglesia por el diálogo con el mundo ya es irreversible, aunque haya minorías que sigan resistiéndose. San Juan Pablo II, si bien ponía reparos a ciertas aplicaciones rupturistas del Concilio, tuvo grandes gestos de acercamiento al mundo en sus diversas dimensiones. Francisco lo hace con una valentía inusitada, con una admirable capacidad de exponerse más allá de todo riesgo. Laudato si’ es un modelo de diálogo con el mundo, pero más allá de sus escritos están sus encuentros directos, cara a cara, donde está dispuesto a escuchar lo que quieran decirle, aunque pueda ser ofensivo o desafiante. Esto es clave, porque no hay diálogo sin una apertura generosa a escuchar hasta el fondo. En ese sentido podemos decir que Francisco está llevando el Concilio a su concreción más luminosa.
Grupos conservadores culpan al Concilio y a Francisco de ese alejamiento de muchas personas, porque consideran que la apertura de la Iglesia le hace perder su identidad y eso le quita atractivo. Yo creo que el diagnóstico más bien es el contrario. Si hay grupos minoritarios que necesitan una liturgia y un modo determinado de expresar la doctrina, para ellos también hay lugar. Pero la mayoría de los que se alejan es porque no encuentran en la Iglesia un lenguaje atractivo, una propuesta que cautive, un mensaje expresado de tal modo que se lo perciba como fuente de vida y de plenitud. En ese sentido, lo que ha hecho que muchos se fueran es que hubo un diálogo insuficiente con el mundo.
A que la cultura europea se ha ido orientando hacia un creciente individualismo, y esto no es culpa de la Iglesia. Tampoco es un bien al cual la Iglesia deba adaptarse. Más bien corresponde en este caso un llamado profético y contracultural. Nos exige crecer en la capacidad de mostrar que “nadie se salva solo”, que no hay plenitud en una vida cómoda y aislada, que somos más felices si somos familia y si somos pueblo. Hay que sacudir a la sociedad de ese terrible engaño que le hace creer que el individualismo es salvación. En esta línea, la teología del pueblo se vuelve incomprensible e irrelevante para la cultura europea, también para la cultura eclesial contagiada por ese espíritu individualista. Porque es una teología que nos invita a pensar, sentir y vivir como pueblo, y para colmo un pueblo donde los más importantes son los últimos. ¿Qué atractivo puede tener este mensaje para unos oídos burgueses, para una persona apoltronada en sus objetivos individuales?
El primero con un sano camino sinodal. Es llamativo cómo muchos sacerdotes se resisten a dar mayor protagonismo a los laicos, y no advierten que si seguimos así nos comerán los ratones. A la autorreferencialidad se le contrapone la autotrascendencia, y para eso nada mejor que una espiritualidad donde el centro sea la caridad, el amor que nos saca de nosotros mismos. Pero se trata de algo sobrenatural, que tenemos que implorar como un regalo del Espíritu Santo. El ser humano pos sí solo es incapaz de semejante milagro.
Tienes toda la razón, es muy valioso lo que dices. Es verdad que desde este punto de vista la sección doctrinal de Doctrina de la Fe, junto con Cultura y con las academias vaticanas, podría enriquecer enormemente la reflexión sobre las causas de la pederastia en la Iglesia. Es una tarea compleja, interdisciplinaria, desafiante, que sin duda nos haría muchísimo bien. Pero espero tener los recursos mínimos como para poder emprender tantas cosas importantes que se podrían hacer.
Es posible repensarlo. Es un tema del Dicasterio para el Clero, pero yo estaría dispuesto a prestar mi aporte si en algún momento se abre la posibilidad de debatirlo.
Encarar estas resistencias de un modo más decidido en la formación inicial y permanente del clero. Pero además, si abrimos nuevos caminos para el empoderamiento de los laicos, ellos mismos enseñarán a los curas cómo superar el clericalismo. Hay laicos muy santos, muy entregados, muy generosos, que a veces nos desestabilizan y nos dejan sin palabras. Yo mismo he aprendido mucho de ellos cuando era párroco, y creo que cada vez más los laicos se sienten con la libertad para intervenir, para opinar, para aportar.
Que nosotros necesitamos la ascesis que nos permita tolerar con caridad que a veces haya una agresividad que nos lastime. Tenemos el deber de desarrollar esa ascesis, porque la violencia verbal de algunos de estos grupos identitarios es un desahogo comprensible de ellos después de muchos siglos de violencia verbal nuestra, de un lenguaje ofensivo, muy hiriente, o de una manipulación de las mujeres como si fueran de segunda categoría, de muchos desprecios. Vuelvo a decirte que Francisco es un modelo de ese “aguante” que brota de un corazón de padre. Posiblemente con el tiempo se pueda alcanzar un mayor equilibrio, se puedan reflexionar y dialogar estos temas con menos aspereza, con menos ataques, con una serenidad que nos permita tratarlos más integralmente y más a fondo.
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