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El Espíritu que sacramentaliza la carne de los pobres
La sinodalidad es el "nuevo Pentecostés" de la Iglesia porque, al igual que el Espíritu Santo irrumpió en la comunidad apostólica para renovarla y enviarla en misión, hoy está desatando una fuerza transformadora que descentraliza el poder, democratiza la escucha y revitaliza la comunión. Al mismo tiempo, es la continuidad auténtica del Concilio Vaticano II, que buscó una Iglesia Pueblo de Dios (LG 9-17) pero quedó frenado por el clericalismo.
En Pentecostés (Hch 2), el Espíritu derribó barreras (lenguas, culturas, jerarquías religiosas judías), habilitó a todos para profetizar ("Hijos e hijas hablarán") y convirtió ese grupo de personas vulnerables y temerosas en una comunidad de amor y misionera (¡cómo no llevar esa alegría a todos en vez de encerrarse como secta egoísta!).
La sinodalidad pretende actualizar este esquema en este momento de la Historia: rompiendo el monopolio clerical del discernimiento, haciendo fluir los carismas ocultados de todos (laicos, mujeres, periféricos) y convirtiendo a la Iglesia en un signo creíble de amor para el mundo. El libro de los Hechos de los Apóstoles 2,42, describe la comunidad de los creyentes como "de un corazón y una sola alma", donde se compartían bienes y se apoyaban mutuamente.
Ésta es la “Tradición” que la Sinodalidad pretende rescatar por encima de la pátina de costumbres autorreferenciales inventadas por el clericalismo a lo largo de la historia.
El clericalismo se resiste porque Pentecostés fue siempre subversivo frente al poder religioso establecido. Jesús envía a todos los discípulos, no solo a los apóstoles (Jn 20,19). Jesús no vino para fundar la religión más competitiva del mercado ni para cambiar un clericalismo por otro, que es lo que hacen las ideologías, incluso las eclesiásticas, cuando llegan al poder.
Pentecostés es subversivo porque desmonta los pilares del poder religioso establecido al descentralizar lo sagrado, democratizar la profecía y privilegiar la carne vulnerable sobre el ritualismo. Es una revolución silenciosa que amenaza cualquier sistema eclesial basado en el control clerical, la exclusión y la sacralización del poder. Como dijo el mártir Oscar Romero: "El Espíritu no es patrimonio de la jerarquía. Él ha venido para todos"
Pentecostés descentraliza lo sagrado, ocurre en una casa, no en el Templo (Hch 2). El Espíritu se derrama sobre todos (hombres, mujeres, esclavos, extranjeros), no solo sobre la casta sacerdotal. Esto es disruptivo porque el poder religioso judío (sanedrín, sumos sacerdotes) basaba su autoridad en el monopolio del Templo y la ley. Pentecostés declara: "Dios no habita en edificios, sino en la comunidad" (Hch 7).
Hoy, esto cuestiona el clericalismo que identifica "Iglesia" con jerarquía y con la burocracia sacramental que reduce la gracia a ritos controlados por el clero como herramientas de dominación más que como encuentros festivos con el Señor de la Vida.
El Concilio planteó una Iglesia colegial y participativa (Lumen Gentium, Gaudium et Spes), pero el clericalismo lo secuestró con recentralización romana (bajo Juan Pablo II y Benedicto XVI), reduccionismo litúrgico (el "rito" sobre la participatio actuosa). y miedo al aggiornamento (ej.: silencio sobre sexualidad, mujeres, poder).
La sinodalidad retoma el proyecto conciliar interrumpido mediante la Colegialidad real (no solo teórica, hace falta menos Roma y más iglesias locales), el Pueblo de Dios como sujeto (no solo objeto de enseñanza, sumisión y proveedora de fondos), la Apertura al mundo sin miedo (como la Gaudium et Spes soñó) y el fin del sacramentalismo porque los sacramentos no son armas de control arbitrario de una casta, sino medicina para los heridos que no deberían tener tantas trabas burocrácticas.
Al clericalismo le molesta esto, porque el Vaticano II fue un terremoto que su jerarquía logró contener... hasta ahora. Francisco no abrió la caja de Pandora, solo destrabó el ímpetu reprimido y postergado del Concilio durante tantos años.
No hay que olvidar que el clericalismo es el responsable de un pecado estructural contra el Espíritu Santo. Las grandes rupturas del cristianismo fueron su consecuencia (ortodoxos, protestantes, modernidad, etc.) por no escuchar, no buscar la unidad y aferrarse a su poder arbitrario y absoluto, "en nombre de Dios".
Pentecostés deslegitima el monopolio sacerdotal del judaísmo del siglo I, aquél que incluso había asesinado a Jesús como un obstáculo para su hegemonía religiosa. Lamentalemente muchas veces se cambió su clericalismo por otro.
Pero el Vaticano II cuestionó el monopolio social de la "Cristiandad" clericalizada y cerrada sobre sí misma que vivía para condenar (protestantes, modernidad, etc) y amplía la identidad cristiana rescatando el valor del diálogo y la valoración de toda persona, religión y cosmovisión.
La sinodalidad amenaza su último bastión: el control sacralizado. Toda una parafernalia de indumentaria, ritos, lenguaje, trato reverencial, aislamiento (celibato obligatorio), ocultamientos, secretismos y justificación de abusos y pederastias. Todo esto acompañado con el método proselitista y manipulador de conciencias, de educar a los fieles en la sumisión al paternalismo del clérigo que está por sobre el Pueblo de Dios. El clericalismo es una idolatría que en vez de liberar lo humano para el amor trascendente, lo somete al dictamen de un clero endiosado.
Las tácticas del clericalismo para impedir la Sinodalidad son previsibles:
El clericalismo confunde unidad con uniformidad, y autoridad con autoritarismo. Pero la sinodalidad, como Pentecostés y el Vaticano II, recuerda que la Iglesia es del Espíritu Santo, no de los clérigos.
Signos de esperanza:
Francisco y León XIV han sido conscientes del deterioro de la Iglesia y su misión. El Papa anterior a ellos tuvo que renunciar. Por eso se han empeñado en que la Sinodalidad como instancia superadora de la grave crisis de corrupción interna, manifestada especialmente en la pederastia, el alejamiento y la ignorancia religiosa de las masas, la frustración y las dobles vidas del clero “célibe”, etc.
Pero los frutos de la Sinodalidad sólo podrán evaluarse según los “signos de los pobres” (Casaldáliga) y de los mártires que dieron su vida por el Reino y su Justicia. El martirio fue desde el comienzo la brújula de la Iglesia y es testimonio que guía: desde Bartolomé de las Casas a Ellacurría, la sangre de los profetas silenciados revela el verdadero camino sinodal liberador del Pueblo de Dios.
Conclusión: Un Kairos irreversible
La sinodalidad es el Pentecostés del siglo XXI porque está liberando a la Iglesia de la autorreferencialidad del clericalismo, igual que el Espíritu liberó a los apóstoles del miedo y de ser una secta. Y es el verdadero Vaticano II porque lo está llevando a cabo, no solo citándolo en discursos.
poliedroyperiferia@gmail.com
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