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La Compasión Samaritana que nos humaniza
“La Compasión Samaritana en la Encrucijada Global”
En este artículo desarrollamos una lectura profética, ética, eclesiológica y sociológica de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37), proponiéndola como clave hermenéutica del cristianismo en estos tiempos de exclusión, migraciones, nacionalismos furiosos y crisis humanitaria global.
Lejos de ser una anécdota moralizante e individualista, la parábola es un manifiesto contracultural y teológico: el prójimo no es un “dato” dado, sino una construcción ética activa que subvierte las lógicas religiosas y sociales establecidas.
El texto sostiene que la revelación cristiana ocurre donde hay amor concreto que asume el sufrimiento ajeno. En el Samaritano se revela una nueva lógica: la "projimidad" como camino hacia una fraternidad encarnada y transformadora.
Esta projimidad es creativa, no preexistente: no se nace prójimo, se hace prójimo tomando conciencia y decidiendo creativamente, a través de la misericordia activa y comprometida. Mientras la religión puede esclerotizarse, solo la compasión rompe los esquemas que nos ciegan ante el dolor del otro.
La figura del sacerdote y el levita representa una religión autorreferencial, incapaz de responder al dolor real. En el lenguaje bíblico, no sólo son individuos aislados sino representantes corporativos de una estructura social. Jesús pone el dedo en la llaga cuando elige como modelo de fe al hereje extranjero, no al representante del culto oficial, ni al judío prototipo, subvirtiendo los esquemas de pureza ritual, legitimidad clerical y pertenencia patriótica.
Denuncia así el clericalismo de todos los tiempos, un sistema que, para perpetuarse, degrada la fe en piedades secundarias. Se constituye así en símbolo de superioridad, culto vacío o ideología excluyente a la que no le interesa "el otro" a no ser como "prosélito" sumiso de su redil.
Para sobrevivir, el clericalismo se disfraza con ritos y renunciamientos, sacro-postureos no requeridos por el Evangelio, como el celibato obligatorio, una disciplina eclesiástica, tardía y deshumanizante que condiciona abusos y se ensaña con los sacerdotes casados. Configura así una religiosidad performativa que instrumentaliza lo sagrado para legitimar estructuras de dominación-exclusión, e incluso aliarse con grupos políticos ultras (el sanedrín también negocia con Pilato), para justificar discursos de odio, especialmente hacia migrantes y minorías.
El prójimo no es simplemente el que "está cerca", sino el que es hecho cercano por quien decide asumir su historia. La parábola denuncia una visión pasiva y legalista de la moral que tranquiliza conciencias, pero no transforma el mundo, porque vive cómplice y cómodamente en ese orden o burbuja establecida a costa del descarte de otros.
En cambio, el samaritano propone una compasión que es la inteligencia práctica del corazón y moviliza recursos y creatividad en favor del otro, sin esperar condiciones ni seguridades eclesiásticas. Si tuviéramos que encontrar cuál es la característica que mejor define el cristianismo, es esta compasión divino-humana. Por eso Francisco hizo de esta parábola el paradigma de su mayor encíclica: Fratelli Tutti y acompañaba con gestos de "austeridad compartida" su prédica (algo que parece que se está olvidando nuevamente).
Actualmente vivimos una oleada mundial en contra de la movilización de la mayor marea humana que se haya conocido (con una población equivalente al sexto país más poblado del mundo). Son los millones de pobres que este orden mundial reproduce y se han convertido en migrantes que buscan sobrevivir desesperadamente a este sistema configurado por pocos, para pocos y a costa de muchos.
Esta parábola contrasta con quienes combinan fatalmente el nacionalismo, la religión tradicionalista y los discursos de odio y exclusión. La ultra-derecha, que se ha vuelto populista e ignorante con ganas, olvida la condena papal a este tipo de nacionalismo religioso (Action Française, Pío XI, 1926) como antecedente de lo que hoy resurgen como “marchas anti-samaritanas”: formas de nacionalcatolicismo retrotópico, para excluir al migrante, hacerlo chivo expiatorio, legitimar la violencia y reforzar privilegios. Es alarmante cómo siembran su veneno entre la gente sencilla, explotando falazmente su sentido de "lo nuestro", amenazado por los "enemigos" migrantes.
Jesús escoge a un samaritano —el excluido religioso y nacional por excelencia— como figura salvífica, haciendo evidente que la fe no reside en la pertenencia nacionalista o clericalista, sino en el amor eficaz. En el Cristianismo, la salvación viene de las periferias, no del centro religioso de los “perfectos”.
La voluntad de Dios no es que seamos “cumplidores obsecuentes” de leyes muertas, sino que seamos hijos y amigos que aman creativamente, porque “el prójimo no se define por reglamentos o fronteras, se construye con misericordia”. Lo podemos ver en los nuevos samaritanos, los activistas, migrantes, pueblos originarios y cuidadores comunitarios que, sin credenciales religiosas excluyentes, que encarnan el Reino de Dios sin “aduanas”.
Necesitamos una Iglesia que pase de las purezas obsesivas y condenas de pecados abstractos a la compasión encarnada, de los templos a los caminos, de los dogmas a las vendas y aceites que curan. Inspirada en el “hospital de campaña” (Evangelii Gaudium 139) y la visión de sinodalidad como estilo evangélico (Papa Francisco). Tenemos que trabajar por comunidades cristianas que se conviertan en “posadas samaritanas”, espacios de acogida y sanación donde todos cuidamos de todos. Como un Sacramento vivo del Reino de Dios (Lumen Gentium 1).
Esto requiere no tener asco al sufriente en todas sus formas, sino una una mística de “manos sucias”, capaz de tocar las heridas del mundo y de crear redes solidarias. La espiritualidad samaritana no es evasión intimista, sino praxis compasiva y política de la ternura que vence el poder estructural del mal.
Pero también necesitamos que esta experiencia personal se vuelva estructura de Gracia, cambiando los actuales sistemas clericalistas que incapacitan, como al levita y al sacerdote, para estar abiertos a una compasión que cambia el mundo. Sin cambios estructurales, no hay Pueblo que acompañe, solo experiencias individuales aisladas.
La parábola del Samaritano es clave para entender la esencia del cristianismo: no un sistema para la autopreservación de sus dirigentes, sino una escuela de misericordia que construye humanidad con testigos y constructores de Compasión.
"La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio" (Papa Francisco). Que todos participemos para ser una "Iglesia-posada", donde nadie sea extranjero y todos seamos "prójimos", construyendo la "civilización de los umbrales" donde las diferencias se fecundan y el poder se comparte; siendo la compasión la que define la "patria celestial" que la humanidad lleva dentro.
poliedroyperiferia@gmail.com
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