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La Esperanza insurgente del Adviento
La migración define la espiritualidad cristiana
Introducción: El Kairós Silencioso de la Migración Global
En la historia estudiamos revoluciones que transformaron civilizaciones y paradigmas. Las más cercanas como las revoluciones industriales, la revolución americana y la francesa, la revolución rusa, etc. Hoy estamos en medio de una revolución silenciosa que cambiará el mundo completamente en pocos años: la masiva inmigración global.
Podemos negarla, combatirla o ignorarla, refugiarnos en espiritualidades desencarnadas o usar el fenómeno para cálculos electoralistas efímeros. Pero el inmigrante ha llegado… para sobrevivir y compartir algo del progreso que nos enorgullece pero logrado a costa de ellos y sus países de origen…a los cuales externalizamos nuestros costos.
La inmigración es el revés no pretendido del pecado estructural del colonialismo pasado y presente, porque todo lo que va…vuelve. Son los "corsi e ricorsi" (ciclos y recurrencias) de la historia de los cuales hablaba Giambattista Vico en el s. XVI.
La Iglesia aprendió bastante de la historia, a veces demasiado tarde e incluso canonizando a quienes primero persiguió en vida. Pero ya no puede cometer los errores de siglos pasados y ser cómplice de los poderosos de este mundo, sino voz profética que mueve los corazones para construir el Reino de Dios con los bienaventurados de Jesús, los que el mundo descarta en sus periferias.
El Cardenal Raúl Silva Henríquez anunció con audacia profética que “el cristiano que no es migrante no es cristiano, porque la fe es un éxodo”. Esto nos plantea: ¿es posible ser cristiano sin abrazar la condición de peregrino y a los otros peregrinos, sin entender que la fe misma es un camino de liberación constante? El inmigrante nos devuelve la espiritualidad cristiana del éxodo, de la permanente conversión a la tierra prometida del Reino de Dios.
La historia fundacional del cristianismo es la de un pueblo peregrino. Dios se revela a Abraham como el que llama a "salir de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre" (Génesis 12, 1). El Éxodo es la matriz narrativa de toda la tradición bíblica. La identidad de Israel se forja en el desierto, no en la resignación de Egipto. La fe, por tanto, nace del movimiento, del desarraigo de falsas seguridades establecidas. El mensaje de Jesús comienza con un llamado a la migración interior: metanoia, "convertíos" (Marcos 1, 15), que en griego significa un cambio de mentalidad, travesía del alma, seguimiento, no posesión.
Este éxodo es un recorrido espiritual permanente. Es la liberación de los "Egiptos" que nos esclavizan, personales y sociales. A nivel individual, nuestro Egipto es el ego autorreferencial, la complacencia, el apego a un status quo, los sentimientos de superioridad moral o espiritual que nos anestesian.
Este éxodo moderno es más que un problema socioeconómico; es un signo de los tiempos, un kairós histórico que interpela a la humanidad y, de manera particular, a la fe cristiana.
El filósofo Søren Kierkegaard denunció la fe burguesa de su tiempo, que no exigía riesgo ni abandono, sino que era una cómoda posesión más…de la “gente de bien”. Para él, el cristianismo debía ser una pasión, un salto de fe en la incertidumbre. El amor de Dios es expansivo...y nos lleva al riesgo y lo desconocido del otro.
Pero el Éxodo es también una liberación de los pecados estructurales. La fe es un "acto de amor liberador" y un compromiso con los procesos históricos de liberación de los oprimidos (G,Gutierrez). El Éxodo bíblico es, ante todo, la liberación de un sistema faraónico de explotación (Éxodo 1,11).
Un cristiano que se beneficia de los "faraones modernos"—del capitalismo excluyente, de la cultura del descarte, del nacionalismo xenófobo—y no emprende un éxodo solidario con las víctimas, vive una fe cómplice. Es adorar a un "ídolo" en lugar del "Dios de la Vida" (Jon Sobrino). La fe, en su esencia, es un movimiento de desprendimiento y de solidaridad activa.
Si la fe es un éxodo, la relación del creyente con el migrante debe ser de empatía radical y solidaridad activa. El migrante no es una estadística mercantil. Es un sacramento vivo, un signo visible de la condición espiritual del cristiano.
Los papas Francisco y León son profetas de esta nueva perspectiva, insistiendo en que la migración es una "bendición" y que los migrantes no son un problema, sino "portadores de una bendición para los que los acogen". Esta bendición, lejos de ser romántica, es disruptiva: nos fuerza a cuestionar nuestros ídolos de seguridad nacional y prosperidad excluyente. Nos empuja a vivir la fe como una hospitalidad radical.
La Biblia, desde sus primeras páginas, subraya la importancia de la philoxenia, el amor al extranjero. La Epístola a los Hebreos (13, 2) dice: "No se olviden de la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles". En el Evangelio de Mateo, Jesús se identifica ellos: "era forastero, y me acogisteis" (Mateo 25).
La hospitalidad no es una filantropía opcional, es el fundamento de la ética y del culto. La opción preferencial por los pobres, debe hoy traducirse en una opción preferencial por el migrante, el despojado, el desarraigado, quien encarna todas las pobrezas. En su vulnerabilidad, nos interpela y nos ofrece la oportunidad de vivir la fe de manera concreta, no en la comodidad teórica de los clericalismos instalados, sino en el barro de la historia.
Ante la complejidad del fenómeno migratorio, las soluciones ideológicas son insuficientes. La derecha promete soluciones mesiánicas basadas en muros y falsos relatos de pureza identitaria. La izquierda, cae en un universalismo abstracto que ignora identidades culturales y no concreta una integración real del migrante.
La fe-éxodo nos invita a un camino más realista: metabolizar el fenómeno, transformarlo en un nuevo todo enriquecido, siendo compañeros de camino. Es el llamado a la cultura del encuentro en contraposición a la del "descarte", e implica:
La revolución silenciosa de la migración es la oportunidad para que el cristianismo retome su músculo en la Historia. Al acoger al migrante, al defender su dignidad y al caminar con él, la Iglesia se redescubre a sí misma como lo que es: una comunidad de peregrinos en constante éxodo, construyendo, con cada gesto de hospitalidad, un mundo más justo y fraterno, un anticipo de la Ciudad de Dios.
La afirmación del Cardenal Silva Henríquez es un faro que nos guía. Nos recuerda que la fe cristiana no es sedentaria, una comodidad burguesa que se beneficia del status quo… a costa de otros. Es el movimiento constante de liberación de nuestros "Egiptos" y un camino samaritano con quienes viven los éxodos de carne y hueso.
poliedroyperiferia@gmail.com
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