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Indignación, memoria y esperanza
La historia humana está marcada por un pulso trágico y recurrente: la tentación de construir paraísos de pureza sobre los cadáveres de los “impuros”. Desde Julio César masacrando galos hasta los genocidios contemporáneos, un mismo patrón emerge: la exaltación de la fuerza como instrumento de purificación social y de conquista territorial.
Esta maldad anida en el corazón humano por más que se evolucione en tantos campos. Y dadas ciertas circunstancias, aflora con toda su violencia ciega, por más “civilizada” que parezca una sociedad. No son solo “los otros”, somos todos y no hay ideología perfecta que pueda llevarnos al podio de la superioridad moral para siempre.
Frente a este impulso destructivo, que hoy resurge con rostros nuevos, pero con viejas justificaciones, se alza con una actualidad radical la propuesta de Jesús de Nazaret: un reino fundado no en la exclusión violenta, sino en la misericordia incluyente, que solo encuentra eco en el humilde. El anuncio cristiano quiebra desde la Misericordia divina cualquier proyecto que busque la pureza mediante la anulación del otro.
El relato de las campañas de Julio César en las Galias, donde se jactaba de haber aniquilado a miles y devastados territorios para causar hambruna y congelación, no es una anomalía primitiva. Podemos enumerar decenas de genocidios, limpiezas étnicas, hambrunas forzadas, crímenes de lesa humanidad o masacres sistemáticas en la historia pasada y reciente . Destruir un grupo señalado como culpable diseña un nuevo orden social.
Pero hay algo más, César, entendió que cruzar el Rubicón era también narrar con soberbia estas atrocidades, para cimentar su reputación de líder invencible. “El éxito acostumbra a tramitar indultos instantáneos”, una frase en la que creen actualmente muchos líderes “fuertes” y despiadados. Hoy también la soberbia desatada y la crueldad proclamada están de moda sin complejos.
Habiendo dejado la ilusión de la razón de la modernidad, estamos en la era de las emociones desatadas, la del capitalismo sádico, "con motosierras" y tierra arrasada.
Esta lógica se sustenta en una antropología de la pureza, castus en latín, que curiosamente es también raíz de “castigar”, “castidad” y “casta”. Castigar es “hacer puro”, y ésta se logra mediante el fuego que purifica destruyendo. La expulsión de moriscos y judíos en España, la Gaza del s.XVI, en nombre de la “limpieza de sangre” es un ejemplo histórico de cómo esta obsesión por lo “puro” conduce a la tragedia humana y al empobrecimiento colectivo. Esto también lo vemos en el Quijote, en la figura de Ricote, el musulmán desterrado que Sancho protege humanitariamente. (Irene Vallejos, El País, 21/9/25)
Cervantes, el hombre culto que conoció la esclavitud de las galeras turcas, sin embargo, se inclina sin resentimiento, con magnanimidad y compasión en medio de la cultura intolerante de su época…y en la que había que tener precaución de no “toparse con la Iglesia” (cap.IX, 2da parte), pata religiosa de una cristiandad cerrada de inquisiciones, no totalmente superada ni reparada hasta la fecha.
Hoy, este mecanismo se reactiva con nostalgia, echando por tierra la evolución hacia la democracia, cada vez más en crisis. Los discursos que demonizan al migrante, al “morito” (como dice un prelado de “ortodoxia” …nacionalcatólica), al pobre, al diferente, como amenazas a la pureza nacional o cultural, son la versión moderna de esta dinámica. Ofrecen una solución simplista y maniquea a problemas complejos: la eliminación del “contaminado”. Los mesianismos ultras de las “esencias puras”, exhiben con crueldad la expulsión y el exterminio inmisericorde de disidentes e impuros.
El horror de Gaza nos interpela con justa ira. Sin embargo, este grito de indignación no debe convertirse en un lugar cómodo desde el cual juzgar la historia con falsa superioridad moral. Jesús nos advirtió: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7). Gaza, en su tragedia infinita, es también un espejo que nos devuelve la imagen incómoda de nuestras propias complicidades históricas.
Gaza nos llama a una memoria profética: no para paralizarnos con la culpa, sino para despertarnos a una humildad lúcida. Como decía Metz, “la memoria es la única razón de la esperanza”. Reconocer que hemos sido —y aún somos— cómplices de estructuras de muerte nos impide erigirnos en jueces incontaminados. Nos fuerza, en cambio, a gritar por Gaza, sabiendo que nuestra voz solo es creíble si también denuncia las herencias de muerte que aún nos benefician. Esa es la piedra que no podemos lanzar. Esa es la verdad que nos libera.
Frente a esta lógica ancestral de violencia sacralizada, la vida y el mensaje de Jesús irrumpen como una revolución del Dios hecho hombre. Su programa no es la purificación por la fuerza, sino la sanación por la misericordia. Para cambiar el mundo hay que dejarse sanar por Él, para contagiar otra vida posible.
El Papa Francisco, ahora continuado por León, hacen de la “cultura del encuentro” y de la “misericordia” los pilares de un renovado magisterio, advirtiendo constantemente contra la “globalización de la indiferencia” y el descarte. Frente a los mesiánicos líderes que prometen “castigos sin que les tiemble la mano”, el Dios de Jesús es el Padre del hijo pródigo, que corre a abrazar al impuro y restituirlo a la comunidad con un banquete (Lucas 15).
La historia, desde César hasta Gaza, nos grita que el camino de la pureza impuesta por la fuerza es hipocresía moralista que conduce a más “devastación y terror” y a sociedades empobrecidas por la expulsión del otro. Es una senda que aniquila el sentido de la memoria y la libertad, dadas por Dios para ser humildes y construir fraternidad.
El Evangelio ofrece un camino nuevo: el de la pureza del corazón (Mateo 5,8), que no es la ausencia de contacto con lo impuro, sino la capacidad de ver a Dios en el rostro del excluido y ser conscientes que todos llevamos culpas, las mismas que tanto criticamos. Es el camino de la Cruz, donde los inocentes son convertidos en chivo expiatorio por los guardianes de la pureza religiosa y política, pero donde Dios responde no con la venganza, sino con la Resurrección, el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte.
poliedroyperiferia@gmail.com
Bibliografía: Arendt, Hannah. Los orígenes del totalitarismo, 1951, Bauman, Zygmunt. Modernidad Líquida, 2004, César, Julio. Comentarios sobre la guerra de las Galias, Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 1615, Comisión Teológica Internacional. La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018, Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, 1965, Dostoievski, Fiódor. Los hermanos Karamazov, 1880, Girard, René. El chivo expiatorio, 1982, Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Perspectivas, 1971, Han, Byung-Chul. En el enjambre, 2014, Häring, Bernhard. Ley y Libertad, 1978. Metz, Johann Baptist. (1977). La fe en la historia y la sociedad. Papa Francisco. Evangelii Gaudium, 2013, Misericordiae Vultus, 2015, Fratelli Tutti, 2020, Sobrino, Jon. El principio-misericordia, 1992, Vallejos, Irene, El País, 21/9/25.
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