Una travesía entre los miedos del mundo hacia el Belén de las Periferias
La Esperanza insurgente del Adviento
el sentido humanizador y contracultural del descanso dominical
La rebelión del Shabat
Que Dios haya descansado al finalizar la creación es una invitación a la fiesta con los hombres, para celebrar la obra de su Amor. Aristóteles decía que la compleja interacción entre inteligencia-voluntad-emociones que construyen el acto humano, termina en el gozo y la contemplación. Sin esta última fase, el hombre, que se construye y desarrolla sus talentos a través de actos libres, queda incompleto, desmembrado, disperso.
Las bienaventuranzas revelan la nueva naturaleza del shabat. En el compartir eucarístico que invita en primer lugar a los que este mundo descarta, Jesús recupera con ellos a toda la humanidad. El domingo es el shabat en el que un Pueblo celebra la redención de su dignidad desde las periferias. Es el espacio de eternidad que hace memoria de lo que somos, del amor que nos constituye, de la misericordia de uno que ha vencido al mundo. Es la fiesta de Zaqueo que se ha convertido por el encuentro con Cristo y que dona la mitad de sus bienes a los pobres. Son las migajas que recibe Lázaro en la puerta de Epulón y que se convierten en festín eterno en el seno de Abraham.
El shabat es tal vez la práctica más revolucionaria que ha dado el judaísmo en el tiempo y en el espacio: una reconfiguración del encuentro entre la dimensión Trascendente de Dios inscripta en el corazón humano y la inmanencia de todo lo creado. Lo que en palabras de Giorgio Agamben es llamado "inoperatividad”. Es la forma de no hacer del tiempo y el espacio el territorio de la vida útil y de la mercancía, de la historia de los medios de producción. El shabat convierte la negatividad de lo no-útil o in-útil en la consagración a la contemplación, al hombre como plenitud, y al mundo como lo creado.
El shabat, entonces, no es solo un tiempo de no trabajo, sino de diferencia o separación con nuestro tiempo/espacio cotidiano. Hace del tiempo del consumo y de la utilidad cotidiana, un tiempo de "otra medida" determinada por la in-utilidad del estudio, la lectura, la contemplación, la fiesta de un encuentro distinto y la consagración del hombre en su vínculo con el mundo y lo divino.. Es mucho más que un día, es una vocación: la abstención de realizar toda acción productiva para dedicarse a un determinado tipo de in-acción o tarea inútil.
Es lo que los místicos de todas las religiones percibieron y perciben como el “espacio” necesario para la contemplación, de no-hacer, no-producir cosas “útiles” (en el sentido de cosas bajo el poder del mercado, de la compraventa).
Lo encuentro asociado con el reclamo de “decrecimiento” como solución al problema eco-social, fruto del progreso tecnocrático sin límites. El mismo Francisco lo menciona en Laudato Si nº193: "ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes". Esto significa dejar de consumir alocadamente cualquier cosa para frenar una producción que contamina “con bienes que no necesitamos, para impresionar a nuestros vecinos, a quienes no amamos” (Groucho Marx).
Shabat es el gesto de “inutilidad” del costoso perfume de nardo que la mujer pecadora derramó sobre los pies de Jesús y luego secó con sus propios cabellos (Lc 7,36). Es “la limosna de la pobre viuda que dio de lo que poco que tenía”. (Mc 12,41). Es la fiesta que organiza el padre del hijo pródigo en contra de la racionalidad eficientista y la justicia sin compasión de su otro hijo (Lc 15). Es el único leproso de los diez que vuelve para dar gracias a Jesús por la curación. (Lc 17) Y así podemos enumerar el resto de pasajes que se refieren a ese espíritu de sobreabundancia, misericordia, alegría inesperada, completitud de un encuentro, que caracterizan al Shabat.
El shabat sacraliza, reconoce lo sagrado de la creación y la vida humana solidaria, que siempre es personal, social y cósmica. La profanación del shabat es la pérdida de la dignidad de lo real al desvincularlo de su raíz creacional y redencional. El shabat es la gratitud, la eucaristía (acción de Gracias) por la vida que nos ha sido donada y que se expande por el amor. Nos educa para compartir, para limar desigualdades y prejuicios, nos hace familia y Pueblo de Dios.
La degradación del Shabat
El shabat al que Jesús se opone, es el que ha sido envilecido por la burocratización farisea que se ha “adueñado” de Dios, lo han sustituido idolátricamente. El misterio del tiempo sagrado del Encuentro, degradado a normas humanas que juzgan y formalismos que condenan, pero no salvan. Tampoco estimulan el amor y la compasión, verdaderos vectores de este día que hizo el Señor (Sal 118). Es el ritualismo vacío sólo "para cumplir" y que por lo tanto aburre.
El shabat que Jesús critica es su falsificación por otro burdo artilugio de dominación humana formulado por una casta religiosa que ha usurpado el templo. Ellos han deformado una religión que no libera, sino que “atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres” (Mt 23,4) en vez de preferir la misericordia a los sacrificios (Mt 9,13).
Hoy también asistimos a un tiempo de degradación del día del Señor. En el tiempo neoliberal, el tiempo de trabajo subordina al resto de momentos a través del dinero y el beneficio inmediato como medida . El tiempo mercantilizado es el que coloniza el resto de tiempos.
El reloj y el dinero determinan nuestra forma de valorar el tiempo racionalizado, perdiéndolo, invirtiéndolo o haciéndolo productivo. Comenzamos a utilizar el dinero como unidad de medida para otros tiempos y vamos mercantilizando no sólo el trabajo –convertido en trabajo asalariado o empleo–, sino todos los aspectos de la vida, el tiempo de las otras actividades. Eso es mercantilizar, hacer que su valor de cambio prevalezca sobre su valor de uso y enriquecer a quien domina el movimiento.
El día para callar el aturdimiento y escuchar “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,4)”, es el Shemá (escucha), rezo esencial del judaísmo, profesión de fe en el único Dios que acompaña a su Pueblo. Es el día en que escuchamos la Palabra que el Señor nos dirige para redescubrirnos el sentido de la vida. El rito emerge como una repetición consciente que alimenta la memoria de sentido.
Es un día contracultural, que rompe la masificación consumista para encontrar y dar la paz de Aquel que la ha alcanzado con su muerte y resurrección.
Quiero terminar con una de las descripciones más actuales y vivas del día del Señor. La que hace el Papa Francisco en Laudato Si nº 237:
“El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios». De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta.
De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12).
El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres”.
Poliedroyperiferia@gmail.com
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