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Las barbas del profeta’, de Eduardo Mendoza
La imagen festiva de todos los animales, con sus respectivas parejas, subiendo al arca de Noé prevalece en la memoria colectiva. Aquella historia debió de ser dramática, un testimonio de la implacable cólera de Jehová. Y sin embargo, la leyenda sobrevive deformada y reducida a la categoría de fábula. Las representaciones pictóricas y cinematográficas tienen su responsabilidad en este asunto. Posiblemente nadie ignora quién es Adán y Eva, o lo que es el arca de Noé. Son historias que forman parte de nuestro imaginario. La mitología, como las leyendas o los cuentos de hadas, se transmiten por el aire.
En Las barbas del profeta (Seix Barral, 2020), Eduardo Mendoza aborda los pasajes más relevantes de la Biblia. Una visión muy personal de aquellos episodios que la asignatura Historia Sagrada consideraba como los más destacables. Afirma el escritor que en su educación influyeron más las circunstancias que el gusto. Durante su niñez y juventud, la religión católica en España era un hecho indiscutible. Aquellos pasajes se imbricaron en su cabeza junto con las lecturas de la época.
La asignatura Historia Sagrada se presentaba en la mente del futuro escritor como literatura genuina, ya que suscitaba más preguntas que respuestas y, en lugar de ofrecer ejemplos o enseñanzas, producía estupor. La fascinación por leer y crear obras de ficción afloró en Mendoza desde pequeño. El recuerdo de aquellos textos se mezcló con otras lecturas, las proyecciones, la sensibilidad propia y las circunstancias. El recuerdo de la Guerra Civil estaba muy presente y sus consecuencias se hacían sentir a diario. A nadie se le podía ocultar lo que significaba el asesinato de Abel en manos de su hermano Caín. En todas las casas había un muerto a quien llorar y un secreto bien guardado. El crimen y el castigo estaban integrados en el imaginario popular de la época y en una manera de ver en mundo que, sin darnos cuenta, absorbimos.
La Biblia considerada como una obra literaria ofrece una rica variedad de lecturas. Algunos pasajes inauguran géneros que a día de hoy se mantienen en lo alto de los rankings de consumos literarios. En las peripecias de José, hijo de Jacob, por Egipto, nacen unas crónicas de venganza y perdón. Posiblemente el primer relato moderno con héroes y villanos en el que no falta un episodio erótico que inaugura la moda de la mujer fatal. El contraste entre el recuerdo de aquellos pasajes bíblicos y la perspectiva contemporánea arroja unos resultados disparatados y a su vez reveladores. Las barbas del profeta no está exenta de esa comicidad tan característica del escritor barcelonés. Un humor ingenioso que no se ríe del otro sino de los malos entendidos de la humanidad. Eduardo Mendoza atribuye los rasgos del hombre moderno a personajes bíblicos. Jacob, por ejemplo, es descrito como una persona emprendedora, trapacera y sin escrúpulos. En este juego de interpretaciones se nos revela lo significativo de la cosmología que rige el funcionamiento de cada comunidad y en cada momento de su historia.
Los grandes mitos están presentes en nuestros días y, en muchos casos, han sido transformados en relatos contemporáneos. Las representaciones pictóricas y cinematográficas nos proponen un juego de intrigas y aventuras de aquellos pasajes bíblicos que, magnificados por efectos especiales, tiñen el relato de un halo ridículo. No hace falta más que recordar las imágenes de Charlton Heston interpretando a Moisés y cuando abre las aguas del Mar Rojo. Otro caso similar es el de Sansón derribando dos columnas que sustentan la estructura de un edificio público para vengarse de los filisteos. Una historia inverosímil en la que Dalila engaña a su amado y le quita la fuerza cortándole el pelo. El amor desmedido de un hombre que revela su fuente de poder, posicionando en el imaginario colectivo a las mujeres atractivas como las tontas y malas, y a los hombres fuertes como los estúpidos.
En Las barbas del profeta no hay un abordaje moral de los textos bíblicos, sino más bien una reflexión sobre la naturaleza humana. Tal como afirma Mendoza, Jesucristo no caía simpático, el mensaje de amor y perdón poco tenía que ver con sus circunstancias. La interpretación no puede obviar las condiciones de lugar y época desde donde se mira. Al fin de cuentas, la tradición cultural no es más que un puñado de historias.
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