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León XIV, el primer Papa nacido al otro lado del Atlántico Norte, ha dado un golpe de timón que resuena con acento latino, corazón compasivo y mirada de frontera. Dilexi te, su primer gran texto pontificio, no solo pone voz a los sin voz, sino que recoge en palabras de fuego una tradición de misericordia y denuncia que hunde sus raíces en el Evangelio, en el magisterio latinoamericano y en la revolución de Francisco. La opción preferencial por los pobres, que repite como letanía, es mucho más que un lema: es un grito, un compás de fondo, un reclamo para una Iglesia con olor a pueblo, capaz de confrontar con ternura pero sin evasivas las estructuras que perpetúan el sufrimiento.
Las huellas latinas de un papá salido del asfalto, pero que huele a oveja
La impresión que recorre la Iglesia de todo el mundo es que esta nueva voz papal es “más latina que yanqui”, más de Chiclayo que de Chicago. Y es que Dilexi evoca, desde sus primeras líneas, todo el repertorio y la sabiduría de la teología latinoamericana, forjada en la misión y en contacto con los pobres, vicarios de Cristo.
León XIV no oculta el legado de Francisco. Al contrario, acoge el trabajo y los sueños del Papa argentino, cita de manera reiterada la “opción preferencial por los pobres” y recupera el lenguaje crítico de las estructuras de pecado, esa mezcla poderosa de realismo y mística aguda acuñada en Medellín y Puebla. Una recuperación por lo que, para los católicos MAGA, el Papa norteamericano empieza a ser un 'radical de izquierdas' como Bergoglio.
Su exhortación se convierte así en un puente de continuidad y convergencia, integrando a los obispos y, sobre todo, a las asambleas del Celam, que, en palabras del propio León, “han tenido un impacto duradero en la enseñanza de toda la Iglesia”.
Más aún, el Papa de Chicago pone el dedo en la llaga y arremete de frente contra la ideología del libre mercado, al tiempo que ridiculiza, con ironía y claridad, la sumisión a las “manos invisibles” que prometen un reparto justo que jamás llega.
Aboga —en clara ruptura con la tradición social de cierto catolicismo europeo— por desenmascarar, incluso, la ilusión de la “economía social de mercado” y llama a “redoblar nuestros esfuerzos para eliminar las causas estructurales de la pobreza”.
Su palabra es una advertencia luminosa para todos los Trumps, Musks, Mileis, Orbans y demás apologistas tecnocráticos del sistema, y un soplo de aliento para quienes, en el sur o en las periferias del norte, no dejen que entierren por completo la esperanza.
No faltan, sin embargo, resonancias que miran al pasado y al presente con ternura. En el último capítulo, León XIV rescata la humildad de la limosna como gesto personal insustituible, aún en tiempos de grandes sistemas de bienestar.
Recuerda que dar, compartir y detenerse ante el rostro concreto del pobre nunca será reemplazado “por la lucha institucional ni por las cuentas nacionales”. “Para quienes aman de verdad”, afirma, “la limosna no exime de responsabilidad ni sustituye la lucha por la justicia, pero sí enseña el arte más humano: tocar la carne herida y compartir la propia vida”.
León XIV, el Francisco sereno
El nuevo Papa no es un radical incendiario, sino —como dicen ya muchos en Roma— otro Francisco, pero tranquilo. En Dilexi te, León XIV no empuña la antorcha de la confrontación por sí misma, ni cede un ápice en la compasión radical. Hereda y prolonga la huella franciscana: defiende una Iglesia con los pies en el barro y el corazón en el Evangelio vivo.
Porque, si algo deja claro este documento papal es que la revolución de la ternura no tiene marcha atrás y que la Iglesia, para ser fiel a Cristo, será siempre —con esperanza paciente y palabra profética— la casa de los pobres y el refugio de los descartados.
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