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"¡Francisco está en casa! Y con él, la primavera sigue brotando, imparable, viva"
¡Qué alegría desborda el alma, qué nudo en la garganta se cura de lágrimas curtidas de gozo! Francisco, nuestro Francisco, el Papa de la primavera, está de nuevo en casa. Después de días de miedo, de plegarias que subían al cielo como clamor de un pueblo que no se rinde, el pastor-profeta regresa a Santa Marta con su sonrisa y su cayado firme.
Su vuelta es un milagro (ahora sabemos que estuvo dos veces en inminente peligro de muerte) que nos abraza, un regalo tejido con las manos sabias de sus médicos y del personal del hospital Gemelli, con la ternura de un Papa que se dejó cuidar (y querer) como niño mimado y, sobre todo, con el amor inmenso de millones que rezamos, que lloramos desde suburbios y catedrales (y desde la plaza de San Pedro), que esperamos contra toda esperanza. ¡Francisco vive, y con él late el corazón de una Iglesia que no se rinde!
Su retorno es mucho más que una noticia: es un grito de vida que resuena en su cuerpo frágil y en su espíritu indomable. Francisco nos mira desde su silla de ruedas, desde sus pulmones cansados, y nos dice sin palabras que la fortaleza no está en los músculos, sino en el corazón que se entrega. Nos enseña que ser pastor es caer y levantarse, es sangrar con los heridos y seguir caminando con ellos. Vuelve a casa para darnos una lección que nos quema el pecho: la fragilidad no derrota, sino que es semilla de resurrección.
Y desde esa fragilidad, ¡cuánto quiere hacer! Acelerar las reformas de su primavera, esa Iglesia sinodal que ahoga el clericalismo y pone el timón en las manos calladas, curtidas, del santo pueblo de Dios, el que llora con él y reza por él.
Los meses que vienen, con su recuperación lenta y su aislamiento forzado, no serán un silencio estéril. ¡No con Francisco! Será un tiempo sagrado, un desierto fecundo donde este Papa de corazón encendido se refugiará en lo esencial. Menos focos, menos ruido, pero más profundidad: gobernanza con entrañas de misericordia, reformas que huelan a Evangelio, un diseño para esa sinodalidad que no sea un sueño lejano, sino un camino de carne y hueso. Desde su rincón en Santa Marta, con las manos temblorosas y el alma en llamas, Francisco seguirá soñando, tramando, sorprendiendo y tomando decisiones.
Porque sí, ¡se vienen sorpresas! Este hombre que carga la cruz con una sonrisa no sabe rendirse, y desde su quietud nos va a sacudir el alma una vez más y los cimientos de la Iglesia.
Y mientras el pueblo llora de alegría, los enemigos están que trinan. ¡Cómo les duele que Francisco siga vivo! Él, que es un dique contra los excesos del capitalismo trumpista, ese que mata y descarta sin pestañear, ese que engorda bolsillos mientras entierra vidas. Él, que con su sola presencia desautoriza a esos cristianos devotos del equipo de Trump que han olvidado la parábola del buen samaritano, que prefieren el brillo de las armas y el poder al llanto del que sufre en la cuneta. Francisco les estorba, porque su primavera es un no rotundo a su evangelio de la prosperidad y un sí apasionado a los pobres, a los descartados, a los que claman justicia.
Hoy el corazón no cabe en el pecho, se nos sale por las ventanas. Gracias a los médicos que lo sostuvieron con ciencia y ternura. Gracias a él, a Francisco, por no soltarnos la mano ni en su fragilidad. Gracias a Dios, que escuchó el grito de sus hijos y nos lo devolvió. ¡Francisco está en casa! Y con él, la primavera sigue brotando, imparable, viva. Lloramos de alegría, cantamos de esperanza, nos abrazamos a este Papa que nos abraza a todos. ¡Bendito seas, Francisco, luz en nuestras sombras, latido de nuestra fe!
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