"Encended en el corazón"
Encendamos las luces de la fe
"Sólo los pobres saben de evangelio y de fe"
Sólo los pobres pueden hacer confesión agradecida de lo que el Señor su Dios ha hecho para acudirlos en su necesidad. Sólo ellos pueden decir con verdad: “El Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia”. Sólo los pobres saben de evangelio y de fe.
De ahí la naturalidad con que, en un mundo que a sí mismo se ve rico, en un mundo que se basta a sí mismo, la palabra evangelio nada signifique, y la fe en el Dios del evangelio haya sido abandonada.
Quienes hoy, en la eucaristía dominical, presentamos al Señor la cestilla de nuestro agradecimiento, lo hacemos desde nuestra condición de pobres que han sido agraciados con el evangelio. Y será bueno que, imitando la profesión de fe del pueblo escogido, también nosotros hagamos nuestra profesión de fe, confesión de la gracia de Dios en nuestra vida, de la abundancia de su misericordia con nosotros.
Di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti».
En Cristo, tu Hijo, tú te pusiste junto a nosotros para librarnos: éramos ciegos, y él nos abrió los ojos para que te viéramos en tus criaturas, y nos abrió el oído para que escucháramos tu palabra, y nos soltó la lengua para que cantáramos tus alabanzas.
En Cristo, tu Hijo, tú estuviste con nosotros, nos defendiste, nos glorificaste; en él, en tu único Hijo, tú, Señor, nos resucitaste de entre los muertos, nos justificaste, nos salvaste.
En Cristo nos has dado tu palabra, tu gracia, tu justicia; en él nos has escogido para que tengamos vida, para que en tu casa seamos libres con la libertad de tus hijos…
Cristo Jesús es para nosotros la tierra de promisión a la que tú nos has llevado por la fe, la tierra en la que somos hijos tuyos, la tierra en la que tú nos amas, en la que somos tus herederos, “una tierra que mana leche y miel”.
Ésa es hoy nuestra profesión de fe delante del Señor: somos hijos en el Hijo de Dios.
Y, lo mismo que el Hijo de Dios fue llevado por el Espíritu Santo al desierto, mientras era tentado por el diablo, también nosotros, en el tiempo de nuestra vida, somos llevados por el Espíritu de Jesús, mientras somos tentados desde nuestra condición de hijos de Dios: tentados de utilizar a Dios, de servirnos de él, de negar el amor que él es siempre y que nos muestra en todas las circunstancias de la vida; tentados por el poder y la gloria de los reinos del mundo, poder y gloria que no son Dios y que ocuparían en nuestro corazón el lugar de Dios –el mundo está llenos de víctimas inocentes del poder y la gloria de sus reinos-; tentados de tentar a Dios, de negar su libertad, de negar su justicia y su amor.
Lo tuyo, Iglesia cuerpo de Cristo, no es decir a las piedras que se conviertan en pan, sino convertirte a ti misma en pan sobre la mesa de los pobres, lo mismo que Cristo Jesús ha querido ser pan para ti sobre la mesa de tu eucaristía.
Lo tuyo no es revestirte con el poder y la gloria de los reinos de este mundo, sino arrodillarte a los pies de todos para lavarlos, hacerte de todos de todos para servirlos, amar a todos hasta perderte a ti misma por ellos.
Lo tuyo no es dar espectáculo a los curiosos, ni mostrar lo asombrosa que eres, sino entrar en lo secreto, y allí, en lo secreto, orar, empobrecerte y amar, como, escuchando y contemplando, aprendiste de Cristo Jesús, tu Señor.
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