"Encended en el corazón"
Encendamos las luces de la fe
"Todo: también la hermana muerte"
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Se pudiera pensar que son palabras del esposo en el Cantar de los Cantares, del mismo que dice: “¡Toda eres bella, amada mía, no hay defecto en ti! ¡Ven del Líbano, esposa, ven del Líbano, acércate!... Me has robado el corazón”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Pudieran ser, por la misma razón, palabras de la esposa: “Yo soy de mi amado, y él me busca con pasión. Ven, amado mío, salgamos al campo, pernoctemos entre los cipreses; amanezcamos entre las viñas… allí te daré mis amores”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Hoy son palabras que ponemos en boca de Job, en los labios de la Iglesia que recuerda a sus hijos difuntos, palabras que ahondan sus raíces, no en el éxtasis de amor, sino en la tierra del sufrimiento humano; hoy son palabras de alguien que, sentado en el polvo como Job, experimenta que “Dios le ha hecho daño y que lo ha copado en sus redes, le ha vallado el camino para que no pase, le ha velado con espesa oscuridad la senda”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: pueden ser palabras de alguien que implora piedad, porque “lo ha herido la mano de Dios”; pero son también un grito de esperanza, una confesión de fe en Dios, en su piedad, en su inquebrantable fidelidad: “Yo sé que mi redentor vive”, y “desfallezco de ansias” por encontrarme con él, por abrazarme a él, por perderme en él.
Ese grito, esa confesión, es el canto que la fe escucha siempre, silencioso, en los caminos de los emigrantes, en la no patria de los desterrados, en el corazón de todos los que habitan en tierra y sombras de muerte.
Ése es el canto misterioso que la fe escucha siempre en la vida de los pobres, de los que sufren, de los que lloran, de los que buscan justicia, de los que tienen un corazón limpio y lleno de misericordia, de los que aman la paz, de los amados de Dios.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Ése es el canto que la fe escucha hoy en todos los cementerios.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Ése es tu canto, Iglesia esposa de Cristo, Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia de vivos y muertos, Iglesia amada de Dios: un canto que ahonda sus raíces en el amor eterno de tu Dios, en la fidelidad inquebrantable del que es tu Redentor.
Que no se aparte de nuestra vida la memoria de la fidelidad de Dios.
Todo es amor.
Todo: también la hermana muerte.
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