"Encended en el corazón"
Encendamos las luces de la fe
"Hay vino nuevo y bueno en las tinajas de nuestra indigencia"
“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que un pueblo de corazón abatido y labios tristes daba a la que un día había sido para él la “Tierra prometida”, la tierra que el Señor le había regalado para que en ella sus hijos viviesen en paz y libertad.
El afán de poseer, la idolatría del dinero, la arrogancia del poder, habían transformado en “Tierra abandonada” aquel paraíso, en “Tierra devastada” una tierra que manaba leche y miel, en ruinas la ciudad amurallada.
“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: se dice “tierra”, y se entiende: “la humanidad que la habita”, la humanidad que en esa tierra vive, en esa tierra sufre, en esa tierra muere.
“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que hoy se nos antojan apropiados para comunidades eclesiales y comunidades religiosas en vías de extinción, como lo serían también para el mundo de los sin techo, de los sin pan, de los excluidos del bienestar; nombres apropiados para hombres y mujeres que se mueven en los caminos de la clandestinidad, para hombres y mujeres a quienes nuestras leyes hicieron ilegales, para hombres y mujeres explotados y abandonados medio muertos al borde del camino de la vida.
“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que hoy, con toda verdad, se han de dar también a ese abismo, a ese mar, al que continúa bajando una humanidad rica de sueños y hambrienta de futuro.
Te miro, Jesús, en ese crucifijo de madera pobre, y te recuerdo Palabra hecha pobre para ser en todo como nosotros, también en la soledad, también en el exilio, en el abandono… Te miro y te recuerdo Palabra sin lugar para ti en la posada, Palabra exiliada de noche, Palabra abandonada de todos en la cruz… Te miro y te recuerdo en los inocentes que, a millares, sucumben condenados a una muerte atroz en caminos de arena, en pateras a la deriva, en un mar sin entrañas… Te miro, Jesús, y escucho, dicha para ti y para ellos, la palabra del profeta: “Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra, «Devastada»; a ti te llamarán: «Mi Predilecta», y tu tierra tendrá marido”.
Escucha y adora, humanidad pobre, humanidad crucificada, esposa amada, escucha y adora, porque el Señor te ha revestido de justicia y santidad; escucha y adora, porque el Señor se complace en ti, y tú eres en Cristo Jesús la alegría de tu Dios. Que escuchen y adoren los necesitados de evangelio, los necesitados de salvación, los necesitados de alegría, pues han llegado las bodas de Dios con nosotros, hay vino nuevo y bueno en las tinajas de nuestra indigencia, y la palabra del profeta se nos ha hecho evangelio. No dejes de proclamarla, mensajero de buenas noticias, pues esa palabra es luz en la noche de los pobres: ¡Tu tierra tiene marido!
La Eucaristía de este domingo tiene aire de banquete de bodas, y en ella se sirve en abundancia el vino de una alianza nueva y eterna entre Dios y nosotros.
Es verdad, ya no te llamarán: «Abandonada». Tu nombre, Iglesia cuerpo de Cristo, pequeña grey, comunidad última, Iglesia de los pobres, ya es para siempre: «Mi Predilecta».
Feliz comunión con la Palabra que se hizo pobre, para que los pobres se hicieran Dios.
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