En una cultura inmediatista, de “memoria de pez”, no hay tiempo para la esperanza, que es una “slow food” para el espíritu. Ni para proyectos sociales inclusivos a largo plazo. Lo que vende es el entretenimiento inmediato, la emoción pasajera. El compromiso a largo plazo parece una atadura alienante y las personas, reducidas a cosas, son descartables.
La sinodalidad puede ser una caja de Pandora del Espíritu Santo...concebida para algunos retoques pastoralistas, puede dar vuelta la historia de la Iglesia con las propuestas que le preocupan a la gente y no con las mismas recetas de siempre.
Socorrer al prójimo no es una “pérdida de tiempo”, es el sentido de la eternidad que nos sorprende y preocupa. Porque si la espera y el caminar no son samaritanos, es que estamos siempre en el mismo lugar, pudriéndonos como agua estancada.
La cultura del encuentro del Evangelio implica tiempo y maceración. Las Bienaventuranzas son el mapa de esta espera humanizadora, la promesa del triunfo del Amor de Aquel que lo dio todo en el Pesebre y la Cruz para que vivamos intensamente.