Acabo de leer El libro del duelo de Ricardo Silva Romero y ahora con ustedes quiero escuchar ese relato con los oídos de la fe. Es la historia de la familia Carvajal Londoño y es la de nuestro país.
El joven soldado, que efectivamente no obedeció la orden de sus superiores militares y se negó a matar inocentes para presentarlos como bajas en combate, fue asesinado por sus propios compañeros el 8 de octubre de 2006.
Tres años después del entierro, contó don Raúl a la prensa que “La Curia de Montería les informó que para seguir manteniendo los restos de su hijo en una de las bóvedas del cementerio Jardín de la Esperanza donde reposaba, debía desembolsarles un dinero que él no tenía”.
Cogió su furgón Dodge de placas PAH 605, con el que trabajaba vendiendo verduras, y puso en él los restos de su hijo; empapeló el vehículo con pancartas y fotos mostrando su denuncia, y atravesó media Colombia, desde Montería a Bogotá...se quedó en la esquina de la avenida Jiménez con la carrera séptima, allí estuvo por más de 10 años.
"Ningún padre debería venir al mundo a ser el evangelista de su hijo, pero la misión de don Raúl es seguir contándolo todo"; acierta muy bien Ricardo Silva al llamar “evangelista” a don Raúl, porque lo que el señor proclamaba a viva voz, lo que gritaba su mismo furgón empapelado de historias, es una Buena Noticia,.
Allí hay que adorar. No lo sospechábamos cuando veíamos ese furgón en la plaza de Bolívar y después en esa esquina del centro de Bogotá, allí, Cristo, se había posado, había puesto su tienda de reunión con nosotros.
“La ciudad -dice Silva Romero al relatar los hechos- siguió adelante con sus jornadas y con sus ritos”.
En ese furgón había un altar grato a Dios, allí, ese cristiano, don Raúl, estaba ejerciendo su sacerdocio, en el altar de los huesos del soldado que dio la vida.