Dios no deja a nadie de lado. Acoge a todos. No es solo de los buenos, sino que, con su bondad sana, conforta, salva a todas las personas y las transforma. Jesús lo siente tan dentro que no duda en comer con pecadores, tratar con prostitutas o con gente de mal vivir. No era imaginable en aquel tiempo que el Hijo de Dios pudiera relacionarse o sentarse a la mesa con pecadores.
Jesús de nuevo ante el sufrimiento humano, se conmueve y toma partido. “…suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»”
Jesús toma partido, se acerca, toca, asumiendo el riesgo de contagiarse. Se expone al contagio, porque la misericordia de Dios no conoce barreras. Jesús combate los males y los sufrimientos del mundo, haciéndose cargo de ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia.
Tomate un momento para pensar quienes son los leprosos o las personas marginadas en nuestro contexto actual, en la sociedad, en mi escuela, en el trabajo, incluso en la Iglesia. ¿Cómo me relaciono con esas personas? ¿Tomo partido como Jesús?