Sin duda cualquier brote de violencia debería preocuparnos. Son señales que nos cuestionan fuertemente como sociedad. Lamentablemente vemos como este tipo de sucesos enciende en algunas personas el imaginario colectivo que conecta inmigración musulmana y terrorismo, cuando todos sabemos que ni el Corán y ni la Biblia, pueden bendecir estas acciones criminales.
La convivencia en los barrios populares sigue siendo, aunque distante, cordial y tranquila. Dicho esto, bajo esta primera capa de sosiego hay que señalar la existencia de un fuerte prejuicio étnico grupal hacia la población de origen inmigrante.
Existe un profundo malestar social en los barrios populares, donde el precariado se ha convertido en el horizonte vital para cientos de familias y jóvenes.
La inmigración en España está arraigada, es necesaria y mayoritariamente regular. Según los últimos datos presentados por el INE, España sigue creciendo gracias a la población migrante.
Los sucesos ocurridos en Algeciras no pueden dejarnos indiferentes, no solo porque atentan contra la vida y la dignidad humana, sino porque deja traslucir un malestar social que viven las clases más populares, y un prejuicio étnico, que como sociedad necesitamos encarar juntos, con urgencia y firmeza política y presupuestaria, a través de políticas de cohesión social y gestión de la diversidad.