"La Religión está en declive creciente. Pero este declive no es una desgracia fatal"
Tensión conflictiva en la Iglesia
"Antes que las decisiones eclesiásticas, está el Evangelio, en el que se nos reveló Dios"
Una de las cosas que más me dan que pensar, con ocasión del virus y la pandemia, es el desinterés por lo religioso propiamente tal. A casi todo el mundo le preocupa la enfermedad, los remedios para curarla, la vacuna para prevenirla, las graves consecuencias económicas que todo esto conlleva, el futuro que nos espera… ¡Qué sé yo!
Es verdad que de lo religioso también se habla. Pero, ¿por qué? Con bastante frecuencia, lo religioso se asocia con lo festivo: la Semana Santa, la Navidad, la festividad de la Patrona en parroquias y pueblos, las romerías y sus procesiones, los bautizos, las comuniones, las bodas y los entierros, etc., etc. Todo eso le interesa a mucha gente. Pero, ¿dónde y en qué está el interés? No hay que pensar mucho para caer en la cuenta de que la “religiosidad popular” les interesa, a muchas personas, más por lo festivo que por lo estrictamente religioso, tal como se vive y se celebra. Esto lo entiende todo el mundo y no necesita muchas explicaciones.
Ahora bien, supuesto lo que acabo de indicar, lo que a mí me llama la atención, en las condiciones de lo que nos está pasando, no es el rechazo de Dios y de la religión, sino el desinterés por todo cuanto se relaciona (o se puede relacionar) con Dios y, en general, con todo lo trascendente. Hoy es ya – me parece a mí – una evidencia lo que acertadamente supo indicar Th. Pröpper: el mensaje cristiano se ha convertido en una “oferta sin demanda”. Desde mi punto de vista de creyente en Dios, malo es negar o rechazar su existencia. Pero es peor desentenderse de Dios, y de todo lo de Dios, hasta tal extremo, que haya tanta gente a la que la importa un bledo lo que se piense, se diga o se haga porque Dios lo quiere o no lo quiere, porque Dios lo diga o deje de decirlo.
Y conste que, al hablar de este asunto, no me refiero solamente a Dios en sí mismo, sino, además de Dios, a quienes oficialmente lo representan: los hombres del clero. Lo que piensen o digan los clérigos, le interesa cada día menos a una importante mayoría de la población. A no ser que un clérigo haga o diga alguna extravagancia.
¿Por qué la religión interesa cada día menos? ¿por qué ha descendido, y sigue descendiendo imparable, la práctica religiosa? Este asunto es demasiado complejo y complicado. No es posible dar una respuesta adecuada y completa en una breve reflexión.
En todo caso, hay un hecho incuestionable: los problemas que nos amenazan y nos agobian van en aumento, hasta el extremo de ver cada día más dudoso y abrumador el futuro de la humanidad, de la tierra y la vida. Y estando así las cosas, ¿qué aporta la religión y qué aportan los hombres de la religión, como respuesta a las muchas preguntas, que la gente siente en sus vidas y a las que no encuentra solución?
En esta breve reflexión, me atrevo a proponer un punto de partida, que nos puede abrir horizontes de luz. Quiero decir esto: el cristianismo, desde el s. III hasta el s. VIII, vivió y gestionó a la Iglesia de manera que produjo una confusión no resuelta, después de tantos siglos. La confusión consistió en que mezcló y fundió el Evangelio de Jesús con la religión, procedente del judaísmo y tal como se vivía en el Imperio. Ahora bien, esta fusión de “religión” y “Evangelio” no se ha resuelto todavía. De ahí que la Iglesia vive, con toda naturalidad, cantidad de cosas, que son muy fundamentales. Y son cosas que contradicen lo que Jesús, la Palabra de Dios y el Hijo de Dios, dijo e hizo. Dándoles tal importancia – a esas cosas – que eso fue lo que le costó la vida.
¿A qué cosas me refiero? Al “poder” y la forma concreta de ejercerlo. Al “dinero” y las oscuras relaciones que la Iglesia tiene con este asunto capital. Y a las “relaciones humanas”, que la Iglesia permite y mantiene, que no son precisamente relaciones de “igualdad” y de “bondad” en amor mutuo, que la Iglesia no resuelve.
Antes que las decisiones eclesiásticas, está el Evangelio, en el que se nos reveló Dios. Mientras la Iglesia no ponga el Evangelio en el centro de la vida, el cristianismo no podrá aportar la solución que este mundo y en este momento necesita.
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