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"La vida y la desgracia de los más desamparados son cosas que ni distraen, ni agradan"
Por lo menos, en España y tal como se palpa en los medios de comunicación, el deporte (y lo que se relaciona con el deporte) tiene una difusión y una presencia que está muy por encima del Evangelio y de lo que la gente relaciona con el Evangelio (la Iglesia, el Papa, los obispos, los curas, los santos…). Y conste que, al decir esto, no hago ni pretendo otra cosa que ayudarnos a todos – en cuanto eso es posible – a caer en la cuenta de una realidad mucho más profunda y mucho más importante de todo cuanto se puede expresar aquí.
Con un ejemplo, basta. Estos días pasados, Rafa Nadal (el deportista más ejemplar y poderoso que seguramente hemos tenido en España) ha conquistado un triunfo heroico en Londres. En consecuencia y lógicamente, la prensa, las televisiones y lo que ha interesado al gran público, ha sido la gesta deportiva de Nadal. Es lógico. Y Nadal se lo ha merecido y bien merecido. Pero resulta que, en los mismos días, el Papa Francisco ha viajado a Angola y Madagascar. Y al Papa le han amenazado (cardenales de EE.UU., Alemania y clérigos integristas otros sitios…) con un posible cisma en la Iglesia. ¿Cuánta gente se ha interesado por eso? ¿Qué han dicho los periódicos, las televisiones, las emisoras de radio (incluidas las de los obispos) sobre los gravísimos problemas que Francisco se ha encontrado en África y de los que este papa ha hablado sin pelos en la lengua?
Si hablo de estas cosas y no me callo el malestar que me causan, no es porque yo le tenga inquina al deporte y a los deportistas. Nada de eso en absoluto. Todo lo contrario. El deporte, concretamente el futbol, me apasiona. Pero hay dos cosas que me interesan y me apasionan mucho más, indeciblemente más. Me refiero al sufrimiento de los pueblos más maltratados del mundo, concretamente los de África.
Y me refiero también al ejemplo de humanidad, libertad y sinceridad que está dando el papa Francisco, con su generosidad incansable y su cercanía a la gente más sencilla y más desamparada.
El fondo del problema – me parece a mí – está en algo que se comprende enseguida. Con el deportista que triunfa, nos identificamos. Con los negros, que viven y sufren en África, ni nos identificamos, ni nos importan gran cosa. Y es que el deporte distrae y da satisfacciones. La vida y la desgracia de los más desamparados son cosas que ni distraen, ni agradan. Ahora bien, si todo este tinglado de la información está pensado para ganar dinero y exhibir nuestros éxitos, ¿qué puede pintar el Evangelio en nuestras emisoras, revistas y diarios? No le pidamos peras al olmo.
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