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José María Castillo: Los jesuitas como paradigma

'Los jesuitas. Del Vaticano II al papa Francisco'. Claves de lectura

Algunas claves de lectura que puedan ayudar a entender mejor o saber situar lo que La Bella y Valero relatan y explican en un libro que, sin duda alguna, es de notable interés

Mis largas conversaciones con Arrupe, en los años 70, H. P. Kolvenbach, y con Adolfo Nicolás, me han explicado por qué la Iglesia se ve en la situación tan dura que estamos viviendo quienes amamos sinceramente a esta Iglesia

Y es que el Evangelio, como bien sabemos, se hace insoportable para quienes siguen atascados en "ortodoxias" y "observancias" de fanáticos, incluso cuando eso cuesta el precio increíble de condenar a muerte, otra vez, a Jesús

Compañía de Jesús

El reciente libro 'Los jesuitas. Del Vaticano II al papa Francisco', escrito por el profesor de la Universidad de Módena, Gianni La Bella, y aconsejado (según parece) por la valiosa información del jesuita Urbano Valero, está dando que hablar, en los ambientes religiosos y eclesiásticos. El lector de este libro se entera, sin duda alguna, de hechos y situaciones, que hemos vivido y estamos viviendo, en décadas pasadas y en este momento, en la Iglesia. Cuestiones que pueden ser de notable utilidad para quienes se interesan por estos asuntos.

No pretendo informar del contenido de este libro. Ni es mi intención criticarlo o elogiarlo. Lo que intento es ofrecer algunas claves de lectura, que puedan ayudar a entender mejor o saber situar lo que La Bella y Valero relatan y explican en un libro que, sin duda alguna, es de notable interés.

La primera clave, que ayudará al lector del libro, será (creo yo) tener en cuenta que el fundador de los jesuitas, san Ignacio de Loyola, introdujo un cambio decisivo en la historia de la Vida Religiosa en la Iglesia. Este cambio consistió en que Ignacio de Loyola no puso el centrode la Vida Religiosa en el convento (y sus observancias), sino en la misión (y sus exigencias). Desde los “anacoretas” (del s. III), pasando por los “monjes” de la Edad Media, hasta los conflictos, que tuvo que vivir Francisco de Asís, entre los “conventuales” y los “observantes”, en los siglos XIII y XIV, frailes y monjas vivieron incesantes conflictos.

Estando así las cosas, Ignacio de Loyola optó por “la defensa y propagación de la fe” (Fórmula del Instituto, aprobada por el papa Julio III, en 1550). Se comprende que Francisco Javier se fuera a la India, como tantos otros jesuitas se dispersaron por África y América Latina o Filipinas.

La segunda clave está en saber la innovación que presentó el P. Arrupe, en la Congregación General 32, en 1975. Si Ignacio de Loyola había desplazado el centro de la Vida Religiosa, del convento a la misión, Arrupe precisó la finalidad de esa misión en nuestro tiempo. La misión, según san Ignacio, era “la defensa de la fe”, que era tan apremiante en el s. XVI, ante la Reforma Protestante. En el s. XX-XXI, el gran problema no es defender la ortodoxia doctrinal de la fe, sino “la promoción de la justicia” (Decreto, “La Misión hoy”, n. 2 y 18). Lo que hoy angustia al mundo no es la “ortodoxia de la fe”, sino “la injusticia” que tienen que soportar tantos millones de seres humanos.

Como es lógico, al modificar la razón de ser y la finalidad, que han de tener los jesuitas hoy, Arrupe se tuvo que ver en situaciones muy duras de soportar. Las relaciones de la Curia de los jesuitas con el Vaticano no fueron fáciles, en los más de 30 años que la Iglesia estuvo gobernada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Los jesuitas llegaron a estar muy cerca de la fractura de la Orden en dos bloques. El papa Wojtyla anuló una decisión capital de Arrupe, cuando ya estaba enfermo de muerte. Y en el papado de Benedicto XVI, el cardenal Bertone intentó de nuevo “intervenir” a los jesuitas, cosa que no se llegó a consumar por la valiente y firme actuación del que había sido jesuita, Jorge M. Bergoglio, el actual papa Francisco.

Mis largas conversaciones con Arrupe, en los años 70, con el siguiente superior general de la Orden, H. P. Kolvenbach, y con Adolfo Nicolás, precisamente unos días antes de conocerse la renuncia al papado de J. Ratzinger, me han explicado por qué la Iglesia se ve en la situación tan dura que estamos viviendo quienes amamos sinceramente a esta Iglesia. Porque en ella sigue actuando la mano de Dios. El papa Francisco –lo estamos viendo– ha tomado en serio el Evangelio. Y el Evangelio, como bien sabemos, se hace insoportable para quienes siguen atascados en “ortodoxias” y “observancias” de fanáticos, incluso cuando eso cuesta el precio increíble de condenar a muerte, otra vez, a Jesús.

El libro

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