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"El fin (el Evangelio) no justifica nunca los medios"
La Iglesia se ha organizado de manera y es gestionada de forma que en ella se palpa la verdad del dicho antiguo: “El fin no justifica los medios”. ¿Por qué y en qué sentido digo esto? La finalidad de la Iglesia es difundir y hacer presente lo que difundió e hizo presente, en este mundo, el mensaje de Jesús, el Evangelio. Ese es el fin, para el que se fundó y para el que existe la Iglesia. Pero, para el logro de ese fin, ¿qué medios pone en práctica esta Iglesia?
Si lo original y central, en la Iglesia, es el Evangelio, a él nos tenemos que atener, no sólo en cuanto se refiere a la finalidad, que es el Reinado de Dios, sino además en todo lo que se refiere a los medios para que, efectivamente, se pueda alcanzar el logro de esa finalidad.
Pero aquí viene la pregunta capital: ¿pone realmente la Iglesia los medios, que el Evangelio indica, para alcanzar la finalidad que nos presenta el Evangelio? La respuesta a esta pregunta es complicada. Porque es evidente que en la Iglesia hay muchas personas a las que, no sólo entusiasma el Evangelio, sino que además se esfuerzan, cuanto pueden, para vivir de acuerdo con los se nos dice en el Evangelio.
Lo que ocurre es que resulta muy difícil saber quiénes son las personas o grupos humanos que viven así. Porque, entre otras razones, el mismo Evangelio manda que, cuando reces, des limosna (ayudes a quien lo necesita) o te prives de lo que te gusta (tema del ayuno), hagas todo eso de manera que nadie se entere (Mt 6, 1 ss y par.). Vivir de acuerdo con el Evangelio es vivir de manera que lo que la gente vea, sea tu honestidad y tu honradez. Eso y las consecuencias, que de esa forma de vida se siguen. Pero ni más ni menos que eso.
Esto supuesto, el problema que tiene la Iglesia está en que, efectivamente, busca y quiere cumplir el fin que le marca el Evangelio, pero no pone los medios, que indica el mismo Evangelio, para alcanzar ese fin. Esto supuesto, resulta inevitable decir que la Iglesia vive en una patente contradicción. No es una contradicción que tiene su centro en la ética o en la espiritualidad. Es una contradicción institucional. Porque esta Iglesia nuestra se ha organizado de manera que, para ser importante e influyente en ella, no hay más remedio que “trepar”: subir, ser socialmente importante, tener poder, gozar de privilegios, manejar dinero. O sea, reproducir a los “hijos de Zebedeo”, los que querían los primeros puestos, pasar de largo ante los que están tirados en las cunetas de los caminos de la vida…
Los ejemplos se podrían seguir enumerando. Pero no hace falta. Baste pensar en que el papa Francisco llama tanto la atención y se ha hecho tan popular porque, en su manera de vivir y tratar a la gente, no parece un papa. Este simple hecho, ¿no justifica de sobra que el fin (anunciar y enseñar el Evangelio) no justifica los medios, que nos llevan a trepar en la sociedad y apetecer privilegios, que no pueden ser los medios que nos lleven a tener fe en Jesús y a vivir su Evangelio?
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