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La sacudida del sophar

¿Una convocatoria intempestiva e inoportuna?

Lo mismo que los Jericonenses – o como quiera que se llamen los habitantes de Jericó – , nos hemos construido murallas defensivas a prueba de asaltos. Pero un día, lo cuenta la Biblia, “sonaron las trompas y, cuando el pueblo oyó el sonido de las trompas, lanzó el grito de guerra y las murallas de Jericó se derrumbaron” (Jos 6, 20). Qué cosas pasaban entonces.

Parecidísimos a los israelitas asentados en la Tierra, vivimos vagamente conscientes de que nuestros modos de relacionarnos y de poseer son injustos, pero no vamos a ponernos a cuestionarlos después de tanto tiempo y además estamos bastante a gusto sin complicarnos con inquietudes, expectativas o esperanzas. Al fin y al cabo

– lo canta Sabina –, no se vive mal en la calle Melancolía y para qué empeñarnos en esperar que tranvía nos lleve a otra parte. Por eso nos sobresalta la publicación de la bula de convocatoria del Jubileo 2025, como algo intempestivo e inoportuno: ¿otro documento largo como suelen ser los vaticanos, con un montón de notas y repitiendo una y otra vez lo de “como ya dijeron mis venerables predecesores…”? Aparte de lo poco estimulante que resulta la palabra bula.

También a Israel le chirriaba el sonido insistente del cuerno de carnero que, convertido en trompeta, inauguraba el tiempo jubilar: “Haréis resonar la trompeta…, celebraréis jubileo… , proclamaréis la liberación de todos los moradores del país…, cada uno recuperara su propiedad” (Lev 25,9-10).

El precepto era más deseo que realidad pero tenía el poder de remover las conciencias: la mirada de los esclavos se convertía en un reproche, la opresión aparecía como barbarie, las desigualdades mostraban su rostro horrendo. Aquel sonido estridente los despertaba de su letargo y les devolvía el recuerdo de su verdadera identidad: eran un pueblo liberado de la servidumbre por el Dios que los había sacado de Egipto, había hecho alianza con ellos y los había conducido a una tierra que manaba leche y miel.

Se les ofrecía un nuevo comienzo dejando atrás su vieja condición y reencontrar su identidad verdadera: eran un pueblo elegido, una nación santa, propiedad de Aquel que los había arrancado del poder de las tinieblas y los había llevado a Su luz maravillosa.

“La esperanza no defrauda” escuchamos nosotros hoy, y esa esperanza nos dispone a lo que está por-venir, al ad-ventus que, como todo lo de Dios, irrumpe de forma inesperada e imprevisible.

Nos invita a una confianza absoluta en Su presencia en nuestra historia y no es un optimismo fácil que cierra los ojos a la realidad, sino un ancla que sostiene la certidumbre de Su cercanía y de ese Reino proclamado por Jesús que nada ni nadie puede revocar.

Y sus signos se pueden encontrar ya – palabra de Francisco- en los lugares más inesperados de la tierra.

(Galilea 153. Noviembre 2024)

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