Como un rey contracultural, montado en un burro Jesús se aproxima a Jerusalén donde la multitud de los discípulos lo reconoce como rey que trae la paz al ver las manifestaciones de Dios en su vida; mientras los fariseos se separan del grupo y quieren hacer callar el canto de alabanza.
Una serie de escenas nos presentan a Jesús despidiéndose de sus discípulos confirmando la “Nueva Alianza” que se sella con su sangre que será derramada, mientras que invita a los suyos a un modo de vida alternativo al de “las naciones”. Ante el Sanedrín se empiezan a pronunciar los principales títulos cristianos de la comunidad en forma de interrogatorio o de burla. Ante Pilato (y Herodes) Jesús se muestra como siervo sufriente, despreciado por la multitud. Ya en la cruz Jesús empieza a derramar más claramente el perdón que viene a traer, a la multitud, a las mujeres de Jerusalén, a los asistentes, y a un ladrón. Jesús muere como el “justo sufriente” que reconcilia. La presencia de las mujeres en la sepultura prepara su decisiva intervención a partir de la resurrección.
Aunque con frecuencia – y especialmente en los momentos de opresión y muerte - Dios parezca ausente; Él está presente haciendo nueva la historia, re-creando, y manifestando allí que en el pasado, presente y futuro camina con su pueblo en la búsqueda de liberación.
La experiencia de Cristo muerto y resucitado ha marcado a Pablo a fondo; tanto que todo lo que era valioso antes del encuentro, lo desvalora totalmente. Así enfrenta las críticas de los que lo acusan de mal judío. Tender hacia Jesús estando “en Cristo” es el camino en el que Pablo se encuentra y donde lo encontrarán los que estén dispuestos a seguir su camino.
Los grupos más religiosos pretenden poner una trampa a Jesús, Jesús no entiende la “religión” desde la Ley sino desde la persona; mientras la mujer era “objeto” –aunque le costara la vida - para atrapar a Jesús, Él la trata como sujeto, no la condena y la invita desde la misericordia a empezar de nuevo sin cargar con el estigma de la condena pública.
A modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
Pablo se presenta como “ministro de la reconciliación”, es decir “acerca de la reconciliación" que nos trae Jesús en la pascua a partir de su solidaridad extrema con la humanidad. Solidaridad que también manifiesta Pablo en su vida y su predicación marcadas por la gratuidad, a diferencia de sus adversarios.
La introducción presenta a Jesús comiendo con pecadores; este hecho desencadena la murmuración de los religiosos de entonces. La parábola que Jesús propone contrasta la actitud del Padre, derrochando ternura, con la del hijo mayor, que reclama justicia y no acoge a su hermano que ha vuelto. Presentando dos actitudes, Jesús nos confronta con “nuestra” actitud frente a los hermanos despreciados, y pecadores.
Moisés se encuentra con Dios que le revela su misión y su propio nombre para que sepa que lo acompaña en el camino de la historia.
En una homilía mirando el pasado de "nuestros padres" Pablo invita a sus destinatarios a no repetir los pecados de ellos sino a "mantenerse de pie". No se trata de creer que por recibir el bautismo y la eucaristía creamos estar en camino.
En un contexto histórico que algunos interpretan como "castigo de Dios" Jesús invita a la conversión. Pero esta ha de caracterizarse por los frutos que se dan en la historia.
El texto nos muestra a Abram que es invitado a poner en Dios su confianza en que la descendencia y la tierra prometida serán una realidad. Dios es fiel a sus palabras y a sus promesas.
Pablo es criticado por los que insisten en la necesidad de la circuncisión, y - en su apología - no solamente se defiende mostrando su fidelidad, sino que también les cuestiona el punto de partida que tiene que ver con una ciudadanía diferente.
El conocido episodio de la Transfiguración presenta, en Lucas, una serie de elementos características. Ya no es a los profetas sino a Jesús al que hay que escuchar. Él se encamina hacia Jerusalén donde ocurrirá un nuevo éxodo.
El Dios de Israel es un Dios histórico que camina con su pueblo y lo compromete con sus hermanos en el sufrimiento y el dolor.
La confesión de fe, algo que puede ser universal, es el criterio exclusivo para la salvación; ya no la pertenencia a un pueblo. La fe y no la circuncisión, no la pertenencia a unos pocos sino el universal tiene entrada en la vida.
Como el pueblo en el desierto, Jesús es tentado. Pero a diferencia de este, supera la tentación. Un conflicto entre el reino de Dios y el de satanás se desata y Jesús invita a los suyos a seguir sus huellas.
Con imágenes de la vida cotidiana el sabio ilustra la sensatez (o no) de confiar en las personas según lo manifiesten en su palabra.
Llegado el momento definitivo de la resurrección, los efectos de la muerte revelan su impotencia en los seres humanos al haber sido derrotados definitivamente por la vida.
Tres pequeñas parábolas manifiestan sencillamente cómo se espera que se viva en el seno de la comunidad, especialmente quienes tienen responsabilidades en la misma.
David, perseguido por Saúl con intenciones de matarlo, tiene la oportunidad de librarse de su enemigo, pero no lo hace mostrando así, a la vista de todos, que “Yahvé devolverá a cada uno según su justicia y fidelidad”.
Pablo continúa mostrando que los muertos realmente resucitan, para lo que recurre a la Escritura y a Adán mostrando, luego, a Jesús en relación al primer hombre destacando la relación entre lo vital humano y lo espiritual.
Lucas muestra con una serie de ejemplos cómo es el modo de vida en fidelidad al Reino que espera de los discípulos de Jesús, de sus “oyentes” siguiendo el mismo modo de ser misericordioso de Dios.
Con el clásico esquema de “dos caminos” señalados como maldición y bendición y recurriendo a imágenes vegetales, el profeta remarca la relación entre el ser humano y Dios en relación a dónde se pone la confianza.
La resurrección de Cristo no es un hecho “para él” sino el primero de una sucesión. Negar la resurrección “de los muertos” es negar también la de Cristo con lo que nada habría cambiado en nuestra historia.
Jesús felicita la situación de unos y se lamenta por la situación de otros puesto que estas son transitorias y cambiarán invirtiéndose las realidades presentes. Así los que ahora lloran, reirán, mientras que los que ríen, llorarán. Y Dios no es ajeno a todo esto.
La vocación de Isaías tiene dos grandes momentos, uno visual y otro oral en el que de parte de Dios recibe el encargo de hablar a su pueblo y para lo cual el profeta se ofrece.
Ante algunos que niegan la resurrección Pablo les recuerda lo que él y otros han predicado y que tiene su origen tradicional en la muerte y resurrección de Jesús.
El profeta Jesús predica la palabra de Dios y esa palabra es eficaz en medio de los suyos y obrando milagros.
La impureza es algo habitual en tiempos de Malaquías, y lo religioso no es tenido en cuenta, por eso el profeta anuncia un “mensajero” que purificará a los sacerdotes y las ofrendas para que el pueblo pueda ser puro ante Dios.
La muerte de Jesús es muerte liberadora de los pecados, pero –para el autor de la carta a los Hebreos- es más aun, es indicio de un nuevo sacerdocio que comienza con su resurrección, un sacerdocio totalmente nuevo y único, caracterizado por su credibilidad y misericordia dadas por su “semejanza” a los seres humanos en todo.
Los padres de Jesús son celosos cumplidores de la Ley de Moisés. Y cuando corresponde, presentan a Jesús en el Templo. Pero en esto, algo está comenzando. Un varón y una mujer de Dios hablan a todos del niño, y los tiempos nuevos empiezan.
El profeta Oseas denuncia como idolatría el abandono de Dios por parte de Israel cuando está llena de bienes.
El Dios de Israel es el que da los bienes pero para el mismo pueblo. Desentenderse de los hermanos también atenta contra el sueño de Dios.
Los dioses contemporáneos, como el mercado, no son los que proveen de vida y plenitud sino la fidelidad al proyecto de Dios de vivir el derecho y la justicia.
El pueblo entero se reúne para escuchar la solemne lectura de la Ley, el texto que los identifica como “pueblo santo de Dios”. Esta lectura recibe un solemne “amén” por parte del pueblo que celebra su identidad.
Recurriendo a la metáfora del cuerpo y los miembros, Pablo destaca la importancia del respeto a la diversidad - especialmente de los débiles - en la búsqueda de la unidad.
El comienzo del ministerio de Jesús, reforzado por la presencia del Espíritu destaca que Jesús es el Mesías de los pobres y anuncia que su situación cambiará. Dios no permanece indiferente ante el sufrimiento.
La metáfora matrimonial sirve al profeta para resaltar que la alianza con Dios sigue vigente y que pronto se realizará en medio de la historia actual de opresión y violencia.
Algunos miembros de la comunidad pretenden reconocimiento por parte de Pablo por sus manifestaciones más espectaculares. Pablo les remarcará que lo que cuenta es que todos los carismas son dones de Dios al servicio de la comunidad y que jactarse, por lo tanto, es un sin sentido.
El primero de los signos nos muestra una revelación sobre Jesús que estamos invitados a descubrir para creer en ella. Los tiempos mesiánicos han llegado.
El llamado canto del “siervo sufriente de Yahvé” presenta diferentes interpretaciones. Pero lo que se dice de él se dice también de (parte de) Israel. El grupo que vuelve del exilio debe presentarse como modelo y liberador para los demás judíos de otras regiones de la dispersión y de la misma tierra de Israel.
Un importante discurso de Pedro sobre el envío de Jesús a predicar a los judíos se verá abruptamente interrumpido por una intervención del Espíritu Santo que lo hará cambiar de actitud. En este discurso hace alusión breve a Jesús en la historia desde el Bautismo de Juan hasta la crucifixión. La primera parte forma parte del texto del día.
Jesús comienza su ministerio bautizándose. Lucas insiste en mostrar un hecho que realiza el mismo Jesús y en el que su oración marca toda su vida de principio a fin.
La sabiduría de Dios habla de sí misma presentándose como una entidad independiente. Y se la destacará como presente en medio de su pueblo después de haber recorrido todos los tiempos y todos los lugares antes de “acampar” en Israel. Esto es lo que canta litúrgicamente el autor.
La carta a los Efesios comienza con un himno que antecede a la habitual acción de gracias donde se canta que “en Cristo” los judeo-cristianos han accedido a la plenitud de las bendiciones esperadas. Y que esto y también se hace extensivo a los paganos “en Cristo” por la predicación del Evangelio. Luego de esto vienen los saludos en los que la fe en Jesús y el amor a los hermanos pasan a ser centrales.
Un himno antiguo canta la presencia de Dios en medio de la historia. Juan lo retoma destacando que eso ocurre desde “el principio”. En nuestra historia, Dios eligió plantar una carpa para moverse con nosotros en la vida.
Una mujer estéril se dirige a Dios en su oración y es escuchada. Su hijo, Samuel será presentado en el Templo como agradecimiento a Dios por el favor recibido.
El inmenso amor de Dios por los suyos los engendra como hijos, y son ya ahora en el presente una realidad que – además – será más plena en la manifestación futura. Algo incomprensible para quienes no sean “hijos de Dios” sino que sean “del mundo” y por tanto sean incapaces de “conocer” y – por tanto – de vivir la justicia y la santidad como Jesús.
Jesús se dedica a las cosas de su Padre, aunque eso desconcierte a su familia, la cual con el ejemplo le enseña a estar atento a las cosas de Dios en la fidelidad a sus caminos.
La venida de un mensajero divino en Sión comunica la buena noticia de la liberación de la opresión babilónica expresada como liberación y consuelo por la donación de la paz, el bienestar y la salvación. Es allí que Dios, y no Marduk, empieza a reinar en Jerusalén.
Poniendo en una línea de continuidad y superación la antigua y la nueva alianza, con sus mediadores: los profetas y el hijo y los destinatarios: los padres y “nosotros”, el autor de la homilía prepara todo el texto mostrando la novedad aportada por cristo, entendido desde una perspectiva sacerdotal a partir de una lectura cristológica del A.T.
Dios se dirige a José en sueños para expresarle que también él tiene un rol que jugar en el plan de salvación que comienza en el embarazo de María. Darle el nombre a Jesús implica poner a Jesús en el contexto de la historia, en la genealogía. Y así empieza a cumplirse todo lo anunciado por los profetas llevándolos a plenitud.
En tiempos de desolación y abandono surge la profecía de que habrá un rey semejante a David que será fiel a Dios y fiel al pueblo con lo cual sobre todos habrá felicidad y paz.
Coherentemente con otros textos del AT y releyendo el Salmo 40 puesto aquí en boca de Cristo, la carta destaca que la verdadera ofrenda de Cristo es la realización de la voluntad de Dios.
Las dos mujeres presentadas en los párrafos anteriores se encuentran, pero expresamente el relato presenta la superioridad del niño reconocido como “Señor”, el mismo título que se da a Dios gracias al salto del otro niño en el seno de su madre.