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Qué difícil se lo pone Dios al que piensa en Él.

Si aplicando el principio de contradicción la razón o la deducción desmontan los cimientos de la credulidad, que no es otro que Dios, ¿qué instancias le quedan al creyente para sustentar su permanencia en esa sinrazón, frente a lo que le dice su entendimiento, que no es otra cosa que su sentido común?

Muchas veces hemos aludido aquí a la contradicción existente entre lo que se cree sobre Dios y lo que la razón le dice a uno. Más todavía si no olvidamos que la razón es esa "herramienta" de que Dios dotó al hombre para "llenar toda la tierra y dominarla"...

Podrán decir que no todo debe ser objeto de análisis racional. Esta afirmación es absolutamente indefendible porque el hombre ha de “nominar” y entender todo lo que ante sus ojos se presenta. El hombre necesita entender lo que le sucede y lo que hay a su alrededor. Se precaven contra ello diciendo que la razón no puede andar libre por determinadas mansiones del pensamiento y del sentimiento, más o menos, determinados dominios donde tiene sus asientos la fe.

Aun así, seguimos preguntando si la razón puede hozar en la esencia de su supuesto creador. Y seguiremos pregonando que nuestra lógica ha de ser aplicada a su “palabra”, las Escrituras. Y caeremos en la cuenta de cómo el principio de no contradicción, cuando tropieza con las creencias, se torna contradictorio. Contradicciones y más contradicciones... y Dios se evapora. Piense el que quiera en lo que sigue, algo que a todos cuantos "pecamos" de imparciales nos hace pensar. Y deducir.

Después de toda esta retahíla, hay otros acontecimientos que escapan a la lógica y no tienen cabida en los términos de la contradicción y que ponen en entredicho la esencia providente de Dios. No se puede entender que Dios no haya visto o haya consentido determinados cataclismos, obra de los hombres. Citamos algunos de nuestra presente historia:

¿Dónde estaba Dios? Hasta Benedicto XVI se hizo esa pregunta al visitar Auschwitz. Dios, en fin, es la gran contradicción, tan grande que no se resiste a sí mismo y, cuando el hombre piensa, Dios se evapora.

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