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El viejo y el ocaso

El reino de los cielos se parece a un anciano que, después de una vida llena de trabajos y horas felices o adversas, luchaba por su bien y el de los suyos sin olvidar el de sus prójimos. Llegó a un punto en que advirtió que sus fuerzas decrecían y flaqueaban. Temblando salió a la puesta del sol. Hizo recuento de su vida, y oró: “Señor, Dios mío: siempre supe que el sol había de declinar. También mi vida, aunque el instinto irresistible que en mí pusiste me empujaba más a creer en la luz que en la oscuridad, en la vida que en la muerte. Gracias, Señor. Acuérdate de mí desde tu Reino. En tus manos, Padre, pongo mi vida y mi muerte. Pongo mi amor y mi esperanza”.

Cuando acabó la oración, el sol había culminado su ocaso.

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