Lo que muchos no van a querer escuchar ni reconocer
La muerte de dos jóvenes en Jaén vuelve a poner sobre la mesa el tema de la salud emocional de niños, adolescentes, y jóvenes
Este artículo cuenta con la colaboración de dos profesores de la asignatura de religión
(He escogido esa imagen de portada para el artículo porque creo que refleja el espíritu con el que los profesores y profesoras de religión hacen su tarea: caminan como Iglesia junto a los jóvenes hacen el camino de sus vidas)
Hay personas que lo piensan, pero pocas voces se atreven a expresarlo porque otras se negarían a reconocerlo: La crisis de valores y privar a los adolescentes de espacios de reflexión seguros sobre esos valores podría estar detrás de la múltiples causas que al final abocan al suicidio como salida para estos jóvenes.
Y esta tesis sería aún más criticada si mentamos a la clase de religión como uno de los posibles espacios seguros de los que se lleva privando a las nuevas generaciones año tras año en campañas de acoso y derribo a los alumnos y sus familias para renunciar a ese derecho.
No estoy diciendo que haya una causa directa entre la supresión de la clase de religión y los suicidios. No es esa mi tesis, pero sí defiendo que la clase de religión, como espacio seguro y de reflexión sobre valores está siendo poco a poco eliminada de las aulas privando a los alumnos de uno de los espacios que ha velado por la educación de valores a lo largo de la historia académica en este país. Además ha sido un espacio que no ha sido cubierto por otra opción que garantizase el mismo servicio al alumnado. Y curiosamente esta eliminación de espacios que la psicología defiende para la formación sana del adolescente está coincidiendo con un incremento en los problemas de salud mental de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Porque el problema cada vez empieza a edades más tempranas.
Cuando hablo de “valores” me refiero a cuestiones como el sentido de comunidad, de pertenencia, la empatía y la solidaridad, ofrecer principios éticos claros y definidos, tener un propósito en la vida, …
La psicología nos señala que los adolescentes necesitan estructuras de significado, entornos estables y adultos confiables. Si en la familia, en la escuela y en la sociedad hay ausencia de estas referencias, puede aumentar la sensación de vacío, desorientación o falta de rumbo, factores que sí están relacionados con vulnerabilidad emocional, y que desembocan a veces en conductas suicidas.
Claro que esto no está necesariamente garantizado por un entorno religioso, ni que éste sea el único, una educación laica también puede trabajar sobre ello, pero … tengo la impresión que esta “sociedad laica” no ha sido capaz de ello, y se ha desprendido de una herramienta demasiado alegremente y sin medir las consecuencias. Y todo por mor de planteamientos ideológicos no de verdadero interés por la salud mental de las nuevas generaciones.
Prescindimos de profesionales que han venido haciendo bien su trabajo, y sí, me refiero a los profesores de religión, sin tener el relevo de la versión laica para este espacio seguro.
Y aunque a muchos les moleste oírlo, sí la clase de religión ha sido un espacio que ha proporcionado a los alumnos sentimiento de comunidad y apoyo adulto. Y las parroquias, y los grupos católicos, y los movimientos cristianos han sido y siguen siendo espacios que ofrecen estos recursos que juegan en favor de la construcción emocional de niños, adolescentes y jóvenes.
Que en alguno de ellos se han cometido abusos, sí, ¿y en cuál no? La familia, el deporte, … el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Según las investigaciones médicas, los factores más habituales relacionados con conductas suicidas son: La depresión, la ansiedad u otros trastornos emocionales; también se encuentra la impulsividad; los sentimientos de aislamiento o falta de pertenencia; la baja autoestima; Dentro de lo que serían factores sociales encontramos el acoso escolar y cada vez con más frecuencia el ciberacoso; la violencia intrafamiliar o los conflictos severos; la falta de un apoyo emocional en estas etapas tan cruciales del crecimiento; la inseguridad económica que a veces se traslada desde el entorno familiar; y luego tenemos factores como la falta de sentido o propósito en la vida, la sensación de un enorme abismo a sus pies; sensación de vacío o presión excesiva por motivos académicos, familiares, emocionales; y por último las expectativas sociales irrealistas que con las redes sociales han aumentado.
No todas, pero muchas de estas cuestiones se abordan expresamente en un espacio seguro como es la clase de religión. Pero, en esta ocasión no quiero hacer un artículo personal, sino coral y por eso cedo la palabra a algunos docentes de religión para que hagan sus aportaciones a este tema:
EL SUICIDIO DE NUESTROS ADOLESCENTES
Es preocupante que aumenten los suicidios en personas adolescentes porque cuando tienen toda la vida por delante, ésta se trunca por una decisión de la propia persona.
Los estudios dicen que hay varios factores que pueden llevar a un adolescente a quitarse la vida. Así se habla del bulling o acoso por parte de otros compañeros o compañeras. También, se menciona como causa de suicidio los abusos sexuales cometidos por abuso de autoridad (profesor, monitor deportivo, familiar) por las graves consecuencias que deja en la persona adolescente (a sabiendas que en un abuso por autoridad el consentimiento del menor no es eximente de culpabilidad). Tanto frente al bulling como al abuso sexual son abordados en protocolos de actuación en todos los centros docentes para hacerles frente.
Ahora bien, hay otro factor que explica también este aumento de suicidios entre los y las adolescentes y sobre esta causa no hay protocolos establecidos. Nos referimos a la creciente falta de sentido de la vida que nuestros adolescentes sienten en su interior.
Cada vez menos familias apuestan por una educación integral donde se aborden todas las dimensiones de la persona; pues hay sectores que cuestionan el tratamiento de la dimensión trascendente y, por ello, se cuestiona la presencia de la asignatura de Religión en el ámbito escolar, siendo muchas las personas adolescentes que son analfabetas religiosas.
La asignatura de Religión no sólo ofrece contenidos de cultura religiosa, sino que ayuda a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes a responder a las preguntas sobre el sentido de la vida: ¿quién soy? ¿para qué estoy en el mundo?...Además educa en una serie de valores muy necesarios para nuestra sociedad: el ideal de justicia y de libertad, la igualdad de todos los seres humanos, la corresponsabilidad con la creación y el medio ambiente, el respeto a la dignidad humana, ideales del amor, la solidaridad y la fraternidad, la empatía y la misericordia como ejes de relación con los demás,…
En Europa, en la mayoría de los países, esta asignatura está incluida en el currículo escolar por las propias leyes educativas y no como imposición de un tratado internacional con el Vaticano o por acuerdos de colaboración con las confesiones religiosas. La asignatura de Religión, sea en forma confesional o no confesional, está contemplada e incluida en los propios sistemas educativos como una necesidad del mismo proyecto educativo, que anhela a una educación integral.
Por ello, la asignatura de Religión ayuda al alumnado a dotarse de herramientas para confrontar con esas preguntas últimas por el sentido de la vida. Como docentes de la asignatura de Religión siempre nos hemos implicado en todas las cuestiones que afectan a nuestros alumnos y alumnas. Y esa cercanía ha sido muy bien valorada por ellos y por ellas, al igual que por sus familias. Ayudar a que nuestro alumnado encuentre un sentido a su vida es una de las mejores motivaciones para continuar en la apasionante tarea de contribuir a su educación.
Ciertamente, tener respuestas a esas preguntas últimas por el sentido de la vida no es una varita mágica para caminar por la vida; pero sí permite recorrerla con otros ojos, estando dispuestos a superar los escollos del camino, a aprender de las experiencias vitales, a caer y levantarse de nuevo y a continuar caminando pues la vida es todo un reto lleno de experiencias vitales. Si tenemos claro el Norte, podremos caminar sin miedo a perdernos. Tener una brújula interna ayuda a caminar hacia puertos seguros.
Por ello, ofrezcamos herramientas y abordemos el sentido de la vida en su integridad y ayudemos a que nuestros adolescentes puedan encender su luz interna que les ayude a recorrer el camino de la vida.
Autor del texto
Pablo de la Iglesia Kortajarena (docente de religión de la diócesis de Vitoria)
Mapas de esperanza en las aulas: la asignatura de Religión como refugio que cultiva ciudadanía
Inspirado en la carta del papa León sobre el diseño de mapas de esperanza, un movimiento silencioso pero firme está emergiendo en muchos centros educativos: la asignatura de Religión se está convirtiendo en un espacio seguro, un laboratorio de convivencia y un taller de humanidad donde la cultura del cuidado deja de ser un concepto abstracto para tomar forma en la vida cotidiana de los alumnos.
Mientras el debate público discute horarios, programas y evaluaciones, dentro de estas aulas ocurre algo más profundo y decisivo: se gesta el modo en que los jóvenes se comprenden a sí mismos, se relacionan con los demás y se proyectan hacia la comunidad. Y, según apuntan docentes y pedagogos, ese proceso puede transformar realidades mucho más allá del centro escolar.
En un tiempo en el que la escuela acoge realidades cada vez más complejas —ansiedad, dificultades de identidad, sobrecarga emocional, soledad digital— la asignatura de Religión está asumiendo un papel inesperado: el de “zona de seguridad” pedagógica.
Su enfoque antropológico —centrado en el sentido, la dignidad y el valor de toda vida humana— la convierte, según los expertos, en un entorno natural para abrir espacios de escucha, calma y reconocimiento.
Aquí la vulnerabilidad no se esconde; se acompaña.
Aquí cada historia cuenta porque, como recuerdan los docentes, «nadie aprende si no se siente visto».
En estas aulas se trabajan: El reconocimiento mutuo, entendiendo que cada alumno es irrepetible y digno de cuidado; La gestión emocional, clave para quienes buscan comprender quiénes son y qué pueden llegar a ser; La resolución pacífica de conflictos, desde una ética del diálogo; La compasión activa, una de las grandes ausencias en los currículos contemporáneos.
Todo ello convierte la materia en un pequeño ecosistema de seguridad emocional, un refugio donde aprender a cuidarse… y dejarse cuidar.
La asignatura de Religión, con su bagaje narrativo y ético, se encuentra en una posición privilegiada para tejer estos cuatro niveles. Las parábolas, los testimonios, las biografías de personas que transformaron su entorno… funcionan como espejos donde el alumnado reconoce actitudes prosociales y descubre que la participación en la comunidad no es un adorno, sino una vocación humana.
En un momento histórico marcado por la polarización y el individualismo, hablar de cuidado es también hablar de futuro.
Formar ciudadanos no consiste sólo en enseñar normas de convivencia. Implica desarrollar personas capaces de mirar la realidad desde criterios éticos —justicia, bien común, fraternidad— y actuar para transformarla.
En Religión, esta competencia se concreta en cuatro movimientos pedagógicos:
Interpretar la realidad éticamente, comprendiendo el impacto de las propias decisiones; Valorar el compromiso, desde pequeñas acciones que generan cambios reales; Leer la comunidad como obra compartida, no como un simple escenario; Y celebrar la diversidad cultural y religiosa, como una oportunidad para ampliar horizontes.
Pero esta competencia no crece en los libros: necesita experiencias. Por eso proliferan los proyectos de ayuda entre iguales en comunidades de aprendizaje y de aprendizaje servicio, las actividades intergeneracionales, las campañas solidarias y las iniciativas ecológicas en colaboración con asociaciones, parroquias, ONG o entidades de barrio.
Cuando los valores se traducen en acciones, dejan de ser ideas y se convierten en identidad.
En un momento en que la salud mental juvenil es una de las mayores emergencias educativas, ¿tiene sentido seguir desmontando espacios que ofrecían precisamente lo que los expertos piden?
¿Estamos seguros de que eliminar la clase de Religión, sin sustituirla por otra forma eficaz de acompañamiento ético y emocional, ha sido una decisión acertada? ¿O hemos sacrificado herramientas valiosas en nombre de debates ideológicos que poco tienen que ver con el bienestar real de nuestros jóvenes?
No se trata de volver al pasado ni de imponer creencias. Se trata, simplemente, de no privar a los adolescentes de los espacios de cuidado, reflexión y comunidad que necesitan desesperadamente.
Porque cuando hablamos de salud emocional juvenil, cualquier recurso que contribuya a salvar una vida merece, al menos, ser escuchado.
Autor del texto
Miguel Ángel Jiménez Jiménez. Profesor de religión católica en el IES Gregorio Marañón de Caminomorisco, en Las Hurdes, Cáceres, Extremadura.