Orillas opuestas
Cada uno parecía disfrutar
con su propio juego
por esos aires difíciles
de la singular identidad.
Eran como dos orillas opuestas
sin ningún río cuyas aguas
bañaran y acariciaran
ambas márgenes.
Estuvo lloviendo a cántaros
y no se apercibieron,
sin un momento de confianza
o de profunda intimidad.
Cuando decidieron separar sus destinos
no hubo ni una lágrima, ningún reproche.
Siguieron cada uno sus propios pasos,
como si nada hubiera traspasado sus vidas.