22 ago 2025
El "Nuevo Mundo" por descubrir es un mundo de prójimos sin fronteras.
Es urgente una nueva encíclica que reafirme la dignidad de los migrantes, retomando la intuición de "Sublimis Deus"... Hoy, como en el siglo XVI, la Iglesia enfrenta el reto de proclamar proféticamente su humanidad plena, frente a quienes los reducen a amenazas o a mera fuerza laboral desechable, negando su derecho a la fe y a la vida.
Existe un clericalismo nostálgico de una cristiandad imperial, que ignora el Vaticano II, el diálogo y la libertad religiosa. Aunque algún obispo clame por muros identitarios e islamófobos, el Concilio recuerda que el plan de Dios incluye a todos los pueblos y religiones, derribando prejuicios y abriéndose al encuentro y la hospitalidad.
El sistema global instrumentaliza a los migrantes: brazos necesarios pero personas rechazadas. La Doctrina Social de la Iglesia, junto a voces proféticas desde Montesinos a Casaldáliga, recuerda que el migrante conserva derechos inalienables más allá de cualquier frontera.
El Pueblo de Dios necesita un magisterio potente, sin ambigüedades, que denuncie colonialismos, fronteras militarizadas y complicidades clericales. La opción por los pobres es reconocer al migrante como “tierra sagrada”, sacramento vivo de Cristo peregrino... No basta con discursos; es necesario descalzarse ante el rostro del forastero y construir una eclesialidad samaritana, profética y despojada de privilegios, abrazando la humanidad doliente.