El Vaticano II en Dignitatis Humanae marcó un cambio histórico al explicitar el derecho de toda persona a practicar su fe libremente. La libertad religiosa es “madre de todas las libertades”, un derecho fundamental basado en la dignidad de la persona. La verdad no se impone por la fuerza, sino que se ofrece con amor, como Jesús.
Lamentablemente subsiste un clericalismo que no predica la libertad religiosa, sino que la oculta para afianzar sus privilegios del pasado como estandartes de falsa identidad nacional. La confusión de muchos ultras, es en gran parte responsabilidad de esta parte retrógrada del clero que se regodea todavía en inquisiciones, reconquistas y expulsiones del pasado y así lo sigue difundiendo pese a que el magisterio oficial de la Iglesia enseñe todo lo contrario desde hace décadas.
En el mundo actual, la libertad religiosa enfrenta amenazas tanto del extremismo religioso como de secularismos excluyentes y populismos que instrumentalizan la fe para fines políticos. El pluralismo exige rechazar tanto el relativismo sin verdad como el fanatismo excluyente. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de encuentros como Asís o el Documento de Abu Dabi, llama a las religiones a ser agentes de paz y fraternidad, no de división ni violencia.
El Papa Francisco propone una “cultura del encuentro” que incluya educación interreligiosa, medios responsables y políticas migratorias que protejan la fe de los inmigrantes. La misión de la Iglesia no es imponer, sino testimoniar la verdad con respeto, defendiendo la libertad religiosa de todos. En tiempos de muros y exclusiones, el Evangelio invita a construir puentes, recordando que toda persona es imagen de Dios y que la verdadera fe es siempre fuente de libertad.