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Plegaria para tiempo de corrupción

¿Corrupción? El mundo no ha cambiado tanto. El hombre tampoco. La corrupción apesta en todos los tiempos. Se extiende sin fronteras en la geografía y en la historia. Hace muchos siglos el autor del salmo 26 de la Biblia se sentía indignado y clamaba a Dios ante los desmanes de sus contemporáneos. Le pedía ayuda y se declaraba dispuesto a lavar sus manos, su corazón, entre los ciudadanos inocentes. La corrupción va con el ser humano. Y en algunos terruños, como el nuestro, parece que es planta, si se me permite, redobladamente autóctona.

Hace tiempo, también en horas de clamorosa corrupción, hice la paráfrasis del salmo bíblico. La indignación actual ha subido de grado a tal punto que quizá a alguno le parecerán mis versos demasiado benignos. No he querido retocarlos. Ni renunciar a los motivos del salmo bíblico original. Valga de oración para pedir la propia inocencia y un aire limpio para el cielo de España.

QUIERO, SEÑOR, LAVAR MIS MANOS

(Salmo 26)

Quiero, Señor, lavar mis manos

en la inocencia de los tuyos,

ser bueno a toda prueba,

tener tu amor delante de mis ojos

y caminar en tu verdad segura.

No quiero ser, Señor, de los que mienten,

de los que trepan y de los que engordan

sus cuentas en los bancos

o llevan los sobornos en las manos

y pagan comisiones o las cobran

cargando de factura y sobreprecio

las costillas del pueblo.

Tenga, Señor, tu amor y una conciencia pura

y lo demás me sobra.

En la honradez quiero lavar mis manos

y rodear tu altar y en el altar del mundo

cantar tus maravillas, darte gracias

y bendecir tu nombre.

Líbrame

de entrar en los enjuagues de los pillos

y de los trapaceros,

listos a apoderarse de lo ajeno

y a borrar bien el rastro

desde la absolución de los poderes

o astuta y fieramente camuflados

en la ley de la selva.

Líbrame, Señor,

de hacer causa común con los que tienen

la patraña o la calumnia en la boca

y el pan y la sangre de los demás en las manos.

Dame, Señor, vivir honradamente.

Ayúdame.

Apiádate de mí.

Si tú me guías,

mi pie estará seguro en suelo llano

y, en mi pobreza,

no cesaré jamás de bendecirte.

Amén.

(De Salmos de ayer y hoy, Estella, EVD, 1997).

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