Me iba comunicando con ella pero hacía un tiempo que no nos habíamos dado noticias, quizás a veces pensamos que las personas van a estar siempre ahí y bien o tal vez como nos gustaría ¡Cuánto misterio abarca nuestra propia existencia!
Escuchar a quien está solo, aligerar la angustia que cualquier enfermedad conlleva, ofrecer medios para superar las dolencias más habituales, ayudar a encontrar medicamentos reconfortantes en este tiempo pandémico, o aliviar los dolores del desgaste, son actitudes que buscan generar paz y consuelo. Y hoy estas las actitudes que son evangélicas deberían crecer especialmente en nuestro corazón.
En este mes de mayo dedicado a la Virgen María, lo iniciamos celebrando la fiesta de las madres y Ella es sin duda la que vivió el AMOR con mayúsculas, acogió la Palabra en su vientre y la ofreció al mundo, estando en el día a día de Jesús hasta llegar al pie de la cruz y gozar de la Resurrección del que nació para ser luz del mundo.
Ahora las calles están vacías, las tiendas cerradas y se expande un clima gris de tristeza y silencio, fruto de la necesidad que cada uno experimenta según su modo: falta compañía, falta poder charlar con alguien, falta poder pasear sin otro fin que caminar un rato, y la lista de todo cuanto echamos en falta es larga y marcadamente personal.
Hay momentos en que parece que todo son alabanzas pero el testimonio del hijo brotaba del corazón, del que ha “mamado” mucho amor, sencillez, entrega hacia los demás. Las palabras, gestos hacia su madre estaban envueltos de mucha ternura, de una experiencia de vida agradecida, empapada en el Amor.
En sus manos está el recorrer un nuevo camino, buscar un nuevo amanecer pero acogiendo también la ayuda, cercanía y el amor de los que están cerca. En sus manos, aprietala con la tuya, con todo tu amor Señor Jesús.
¡Bienaventurados los que crean sin haber visto! Que nuestra vida desde el camino de la fe, nos lleve a proclamar en el día a día, que sí, Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que nos da vida en abundancia ¡Hemos visto al Señor! Dejemos que camine junto a nosotros.
Vivir en la tiniebla, hallar la Luz y regresar de nuevo a la oscuridad, es una experiencia tan traumática que no puede soportarse y por ello deciden actuar como si nada hubiese sucedido.
¡Qué difícil una palabra en la hora de Getsemaní! Es ahí donde el silencio emana, donde la oscuridad parece que se instaló para quedarse, donde las preguntas surgen sin respuestas e incluso la “desesperación” parezca tener la última palabra pero es ahí, donde las lágrimas limpian el alma, donde queda nada y queda todo, acercarnos a Jesús en esa hora de Getsemaní, para llorar, gritar, acompañar, buscar la voluntad del Padre y estar a su lado para dejadnos acompañar por Él en la noche oscura. Que ahí sepamos encontrarte.
Cada día es una página nueva que no podemos menospreciar y con ello perder la oportunidad que Dios nos brinda para que prestemos ayuda a quienes están cerca, aunque sea una ayuda breve o quizás una sonrisa o una mirada expresiva.
Y ahí están presentes también la vida de las personas que llevamos en el corazón y lo están pasando mal, viven una etapa de sufrimiento, que nos duele y nos lleva a tenerlos presentes en la oración. Que el Señor de su paz a todos aquellos a los que hoy y ahora lo están pasando mal por distintos motivos y situaciones.
Te sigo buscando Señor, deseo el encuentro contigo, que sigas modelando mi vida, tú alientas mis pasos y cuando fallan las fuerzas es tu presencia la que me hace fuerte. Toma lo que soy y renuévame hoy.
No sé por qué 1066 seminaristas es poco y 900 hubiera sido una desgracia. De verdad que eso de los números no lo entiendo, y menos cuando se usa a veces para decir que es mucho y otras que poco, pero además no queríamos una Iglesia de todos, por qué ahora restregarlo tanto.
Con dolor experimentamos entonces que “sus caminos no son nuestros caminos”, pero aun sabiendo esta realidad, nos gustaría que por lo menos coincidieran en algunos puntos, vistos desde nuestra pobre perspectiva.
¿Y a nosotros después del fracaso qué nos queda? Seguramente tan solo permanece el deseo de ser como Noé: una persona justa, que no se hunde en el agua del diluvio, y que por encima de todo ama a Dios y se sabe amada por Él.
Sin embargo, cuando nos vemos inmersos en situaciones a las que no sabemos dar una respuesta, ¿quién no hemos pedido una señal del cielo?, ¿quién no ha deseado tener la respuesta clara y segura en la mano como medio para ahorrar sufrimientos y así poder dar gracias a Dios?
Cuántas veces entre las prisas, lo que se ha de hacer, se pierden otras perspectivas que ayudan verdaderamente a llenar nuestra alma, a mirar al otro, acogerle, compartir un pequeño momento.