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Carlos Murciano 5. LOS AÑOS Y LAS SOMBRAS

Nido de poesía: Nicolás de la Carrera
16 abr 2017 - 14:22
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Galardonado con el Premio Ausias March 1965 y editado al año siguiente, nos entrega Carlos Murciano “Los años y las sombras”, una emotiva evocación de la infancia, acaso no tan feliz (“Los años y las sombras...”). Va desgranando el poeta de Arcos nombres de amigos (“Manolo, Pepe, Juan y tú, / olvidado Francisco…”). Y nos relata, a lo largo de catorce poemas, historias como “El patio”, “El espejo”, “Los viejos amigos”, “Las ratas”, “Pez en el pozo”, “La hormigas…” Como lágrima final, de pena y de alegría, se le escapará un soneto que así sentencia: “Los años y las sombras ya vividos / solo ceniza pueden devolverte. / Mas no sabrás vivir sin su recuerdo.”

Acerquémonos ya a la humanísima ternura de tres de sus títulos:Jaula vacía”, “El arcón” y “La azotea”, elementales relatos que acaso, ojalá, sean capaces de remover por sorpresa galerías secretas de nuestra sensibilidad.

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AQUÍ, DONDE SOLLOZA ENCARCELADO EL AIRE

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En el desván de la casa descubre el poeta una jaula vacía. Es el aire quien ahora la habita, sollozando. Y una hormiga “oscura pero viva”. Ayer latía aquí encarcelado “un canto de oro”, “hijo del cielo azul”. Era “la luz hecha murmullo, / la gracia candeal de la ternura / –aunque muriendo– en medio de la casa.” Hoy “unos alambres carceleros / –aquí– pusieron puertas a este campo / de mi alegría…” Hoy solloza el aire. Precisamente aquí. ¡Aquí! Carlos Murciano, autor del “Libro de epitafios”, improvisa un lírico homenaje a la desconocida avecilla que cantó, entre barrotes, a la vida, y ahora es el aire de Dios quien canta y el corazón herido del poeta.

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JAULA VACÍA

Aquí, donde solloza encarcelado

el aire, sin saber que un solo esguince

de su claro no ser le bastaría

para la libertad, latió una pena,

un gozo malherido, un canto de oro.

Aquí tembló la pluma (tiembla ahora

la pluma), fue muriendo una esperanza

día tras día, en cada nuevo sol,

aquí, garganta fiel, cayó la noche

de pronto y siguió el mundo su pelea,

su danza el corazón, su huida el río.

Hundo la mano en su pequeño vientre

buscando vida, palpo el doloroso

signo de la infinita soledad,

la piel helada del vacío; paso

los dedos por los débiles barrotes

y un polvo rojo los inunda; aquí

el agua presa quiso inútilmente

calmar la sed; aquí el dorado grano

dio sus treinta monedas por el hijo

del cielo azul, en pago de su lágrima.

Una brizna olvidada, el peso leve,

el miedo leve de una hormiga oscura

—pero viva— en la palma de la mano

es todo cuanto queda. Ayer cantaba

la vida aquí, la luz hecha murmullo,

la gracia candeal de la ternura

—aunque muriendo— en medio de la casa.

Hoy, en este desván donde la sombra

hizo su nido, donde el tiempo duerme

su son, unos alambres carceleros

—aquí— pusieron puertas a este campo

de mi alegría, y floreció la lluvia

aquí, donde solloza el aire. Aquí.

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UNA LUZ DE OTRO TIEMPO EL ARCÓN ENGLORIABA

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El poema “El arcón” expresa con elegancia el sentido último del título del poemario: “Los años y las sombras”. Abierto el arcón familiar, la “caja de pandora”, se desencadenan todas las nostalgias de una infancia perdida, de unos antepasados desaparecidos, de un tiempo gastado que no volverá.

Evoca, sobre todo, el poeta arcense las mágicas manos de la madre removiendo “sedas, trajes, cintas, encajes…”, alisando “cartas, flores de trapo, pañuelos…” Acariciaban, sobre todo, “un retrato con madre o padre jóvenes”. Y se describe visionariamente cómo “una luz de otro tiempo el arcón engloriaba”, y “una lágrima tonta se encendía” en los ojos de los abuelos. La nueva luz abrazaba, en identidad y memoria, varias generaciones. Al final, “descendía la tapa majestuosamente”, y la luna-alcanfor se quedaba temblando de miedo en su “noche infinita…”.

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EL ARCÓN

En el cuarto más hondo –pasado el gabinete–

sin cierros ni ventanas con que saber el mundo,

el arcón arropaba sus sueños apagados,

como el pájaro solo la pluma de su nido.

Sobre su espalda oscura, maciza, nuestros juegos

tomaban cuerpo y vida, crecían, y el belén

cada diciembre hallaba el suelo necesario

a su corcho y su musgo. Hasta el arcón venía

el gozo del piano, su pedazo de pena

–Granados o Chopin–, el rumor de la sala,

el gemido del mar oleando en su lienzo

o las avemarías de la abuela Carlota.

El arcón se sabía el vientre de la araña,

el roce velocísimo del ratón en huida,

las uñas de Diana, la espada de madera

buscando en su penumbra el bolindre perdido.

Mas, por cima de todo, el arcón se sabía

las manos de mi madre, que el pestillo mohoso

levantaban, que hurgaban en su vientre inefable,

que sedas, trajes, cintas, encajes removían,

cartas, flores de trapo, pañuelos alisaban,

un sombrero de copa sin brillo, una pamela

de un malva palidísimo sacaban, un retrato

con madre o padre jóvenes acariciaban, lentas.

Entonces, en silencio, contemplábamos cómo

una luz de otro tiempo el arcón engloriaba,

como a su resplandor la nostalgia nacía

y el cuarto se llenaba de espigas y de valses,

mientras que los abuelos se acercaban pausados

y una lágrima tonta se encendía en sus ojos.

Después todo acababa, se extinguía el milagro;

descendía la tapa majestuosamente

y allí, dentro, con miedo de su noche infinita,

la diminuta luna del alcanfor temblaba.

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VENGO A TENDER ESTOS PAÑUELOS

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El deseo de subir a la azotea de la casa, otrora “aureola de vencejos”, es intenso. Allí el palomar, dulce y vacío, contiguo al muro de la cárcel, allí las barandillas, los ladrillos rojos… Cuántos pasos y cuánta alegría para subir a la azotea, donde se seca la ropa, recién lavada, del abuelo, del padre, de la abuela Carlota. Cuánta alegría para subir “al jaramago en el alero, / a las azules golondrinas…”

Al fin he subido en mi corazón. Y veo pisar el suelo un Niño que era yo. Pasan los años. Y sube ya mi hermano mayor Antonio a mis hombros… Y leo “El viejo y el mar…” Y sube mi madre y la oigo decir: “Vengo a tender estos pañuelos…” Y paseamos del brazo… Pasan los años. Lejos, o cerca, la torre del templo le da trabajo al campanero a la hora del ángelus… Pasan los años… “Ahora no subo a la azotea. / Subo, cansado, a los recuerdos. / Y, desde allí, cansado, miro / hacia detrás, cansado. / Y tiemblo…

“Los años y las sombras ya vividos / solo ceniza pueden devolverte. / Mas no sabrás vivir sin su recuerdo…”

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LA AZOTEA

Ahora pronuncio la alegría,

al infinito asombro llego,

a la cabeza de la casa

aureolada de vencejos;

al palomar dulce y vacío,

al encalado muro frontero

de la cárcel, a los pretiles

alumbradores del silencio,

a los ladrillos rojos, gastados

de tanta lluvia y tanto viento

y tantos pasos levantándose

de la oscura orilla del tiempo;

a la ropa recién lavada

(la camiseta del abuelo,

la camisa blanca del padre

junto a sus calcetines negros,

el delantal de abuela Carlota

con su bolsillo bien repleto

–de ternura y monedas– de aire),

al jaramago en el alero,

a las azules golondrinas

buscando al toldo su secreto.

En mitad de su piedra, miro.

Niño, en su piedra, me contemplo.

Pasan los años. Sube Antonio

a mis hombros por ver el cielo

sobre el barrio de San Francisco

desplomarse. Se va poniendo

el sol. Pasan los años. Miro

desde su piedra. Leo El viejo

y el mar. Y sube madre. Y dice:

“Vengo a tender estos pañuelos…”

y los olvida junto al libro

y paseamos del brazo. Lejos

–cerca– la torre –es mediodía–

le da trabajo al campanero.

Pasan los años. Su repique

se me va, sonoro, perdiendo.

Pasan los años. Nadie sabe

dónde he vivido tanto tiempo.

Ahora no subo a la azotea.

Subo, cansado, a los recuerdos

y, desde allí, cansado, miro

hacia detrás, cansado.

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Y tiemblo.

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CARLOS MURCIANO

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Misterio y luz en la poesía de Carlos Murciano

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1. Amatorio

DONDE EL POETA EXPLICA CÓMO Y POR QUÉ COMPARTE

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CON LA AMADA UN VASO DE VINO

DONDE EL POETA DICE DE UNOS SENOS DE MUCHACHA

DE LO QUE OCURRIÓ EN LA PLAYA DE EL PUERTO

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DE SANTA MARÍA

2. Amatorio 2

HABLA EL POETA A LA AMADA, POR VEZ PRIMERA, DE SUS

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DOS HIJAS

OYE EL POETA A LA AMADA CANTAR A SUS DOS HIJAS

OYE EL POETA A LA AMADA CANTAR ENTRE PUCHEROS

3. Un día más o menos

8 DE DICIEMBRE

18 DE NOVIEMBRE

18 DE MARZO

4. Desde la carne al alma

HABLANDO CLARO

RÉQUIEM POR UN HOMBRE

DIOS ENCONTRADO

5. Los años y las sombras

JAULA VACÍA

EL ARCÓN

LA AZOTEA

6. Este claro silencio

LA NUBE

EL REGRESADO

LA VISITA

7. Abuelo Dios

ABUELO DIOS

PERRO DIOS

A UNA NOVICIA QUE EL POETA VIO EN LA GALERÍA DEL

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CONVENTO QUE VISITABA

8. Epitafio y bromas

DONDE EL POETA COMPARTE SU LECHO POR VEZ PRIMERA

EPITAFIO PARA UNA MONJA ANCIANA

DE UN LUGAR SECRETO QUE TENÍA LA AMADA

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